Tras el Concilio de Trento, Dios suscitó mujeres fuertes y valerosas que, ya por medio de reformas de órdenes antiguas, ya con la fundación de institutos u otras organizaciones nuevas, contribuyeran eficazmente a la obra regeneradora de la Iglesia.
Entre la reforma de órdenes antiguas merece destacarse la de las “Carmelitas Descalzas”, realizada por Santa Teresa de Jesús.
En verdad, podemos decir que Santa Teresa con su reforma, que no sólo se extendió a las religiosas, sino también a los religiosos carmelitas, es un verdadero símbolo del espíritu católico enteramente renovado después del Concilio de Trento y juntamente contribuyó eficazmente en toda Europa a profundizar más el mismo espíritu.
En la Orden Carmelitana, tanto en los hombres como en las mujeres, se habían observado durante los siglos XIV y XV y principios del XVI los mismos deplorables efectos que en otras órdenes antiguas, y, como en otras órdenes, habían surgido importantes reformas.
Sin embargo, a mediados del siglo XVI persistían en muchos de sus conventos diversos abusos que hacían necesaria una reforma.
En el Monasterio de la Encarnación de Ávila, donde había profesado Santa Teresa había poca disciplina. Allí, nuestra Santa, se propuso fundar una casa donde se introdujera la estrecha observancia. Para ello debía implantarse en todo su rigor la regla primitiva, y añadir cosas nuevas como caminar descalzas y vivir de limosna.
En 1562, con cuatro compañeras, decidió realizar un intento en medio de poderosas oposiciones. Pero tenían el apoyo de almas santas como San Pedro de Alcántara, San Luis Bertrán, y el apoyo de teólogos como Domingo Bañez.
Gracias a la constancia y a la firmeza de Santa Teresa pudo emprender su reforma hacia el rigor.
La vida austera y santa de las Carmelitas Descalzas, su extrema pobreza y su vida de estrecha clausura, que tanto contrastaban con el espíritu de libertad de otros conventos; finalmente, su espíritu de oración y penitencia, hicieron desaparecer poco a poco todos los prejuicios y les conquistaron poderosos protectores.
Pronto llegaría su primera fundación, el Convento de San José.
Con la aprobación pontificia y el permiso de su general, procedió a la fundación de otro convento en Medina del Campo.
La Providencia le deparó a otro hombre del mismo temple de espíritu que a ella le animaba, San Juan de la Cruz.
Rápidamente seguirían más fundaciones de la reforma carmelitana: Pastrana, Mancera, Alcalá, Salamanca.
A pesar de muy dolorosas pruebas, y trabajando sin cesar en la erección de casas nuevas reformadas, al morir en 1582, se podría decir que había conseguido culminar su obra reformadora.