A los 40 días del Nacimiento de Nuestro Señor, según la carne, ocurrirán tres acontecimientos: la PURIFICACIÓN de María, el RESCATE del hijo primogénito mediante un sacrificio prescrito por la Ley, y la PRESENTACIÓN de Jesús en el Templo.
Veamos el primero.
Recordemos que el libro del Levítico establece que una mujer, después de dar a luz un varón, es impura (queda excluida de las prácticas litúrgicas) durante 7 días; en el día 8 el niño ha de ser circundado, y la mujer deberá quedarse en casa todavía 33 días para purificar su sangre. Después debe ofrecer un sacrificio de “purificación”, es decir, un cordero como “holocausto” y un pichón o una tórtola como “sacrificio expiatorio” o “rito de expiación” para quedar pura. Los pobres sólo tienen que ofrecer dos tórtolas o dos pichones.
María ofreció el sacrificio de los pobres.
Nos estamos dando cuenta de lo que significa “nacer bajo la Ley”. Y que Jesús debía cumplir con toda justicia, como le dijo a Juan en el Jordán.
María no necesita ser purificada por el parto. Su parto ha traído la purificación al mundo. Pero Ella obedece la Ley y sirve así al cumplimiento de las promesas mesiánicas.
El segundo acontecimiento es el RESCATE del primogénito. Éste es propiedad de Dios, como prescribe el libro del Éxodo recogiendo el deseo del Señor. El precio eran ciclo siclos el cual se podía pagar en todo el país a cualquier sacerdote sin necesidad de ir al Templo de Jerusalén. El primogénito, pues, pertenece al Señor. Lo curioso es que el pasaje evangélico de este día NO nos habla del pago de rescate alguno. Al contrario, nos habla de la PRESENTACIÓN.
Y es el tercer hecho que nos interesa. Esto es, el Niño Dios NO ha sido rescatado y no ha vuelto a pertenecer a sus padres, sino todo lo contrario: ha sido entregado a Dios en el Templo. Ha sido PRESENTADO, OFRECIDO, referido a lo que ocurre con los sacrificios en el Templo. Ha sido ofrecido para un sacrificio. Acaba de aparecer una dimensión oculta: el sacerdocio del Niño Dios.
Es importante resaltar que no hacía falta ir al Templo para cumplir la Ley. Pero en este caso es necesario. El Templo ha de ser el lugar del “acontecimiento”, el lugar del ENCUENTRO, como lo festejan los cristianos orientales especialmente, entre Dios y su Pueblo, y el lugar del “ofrecimiento”.