La Samaritana, el ciego de nacimiento, Lázaro, el amigo de Jesús: son personajes que asumen en el Evangelio de San Juan una función simbólica.
Nos representan en lo que pueden tener en común con todos los que desde nuestra humanidad podemos y debemos encontrarnos con Cristo para experimentar su salvación desde lo más hondo de nuestra condición humana.
Hagamos, en estos últimos días cuaresmales, una lectura litúrgica de esos personajes, como los presenta la Iglesia y los considera el Ritual, en este caso, de Iniciación de Adultos
LA SAMARITANA
Esta mujer encuentra a Jesús en un pozo, el pozo de Jacob. Es una acertada “tipología” de la humanidad, de la condición humana en general. A nivel colectivo, a nivel más personal.
En los rasgos de esta mujer podríamos adivinar nuestra situación existencial. Un personaje que viv3e la rutina de una vida resignada a la monotonía, pero que finalmente cae en la cuenta de su situación y de su posibilidad real de cambio de vida. Puede cambiar de vida. Puede cambiar su vida. Se están abriendo nuevas perspectivas para su existencia, ante la persona de Jesús que ha salido a su encuentro junto al pozo de Sicar.
Monotonía. Vamos descubriendo una vida en la que descansa el pecado. En el fondo, la insatisfacción y una secreta sed de felicidad y paz, el deseo de una vida nueva en la que la mujer se sienta digna y regenerada.
Pero en sus manos no está la salvación. No.
Ni en las de los demás.
Sólo la presencia y la persona de Jesús son el resorte deseado, sin saberlo posiblemente, que descubren a esta mujer, que nos representa a todos, la posibilidad de algo nuevo, de algo mejor. Algo que llamamos SALVACIÓN y que hunde sus raíces en lo más profundo del alma humana. Allí donde hunden sus raíces el pecado, la desdicha, la monotonía, la amargura ante una vida que no tiene otra salida sino la de esperar la muerte, mientras la sed profunda se va saciando con “sorbos” de agua en los charcos inmundos de esta vida.
El Encuentro con Cristo ahonda más allá de la rutina y del pecado. En el corazón de la samaritana, y en su misma situación de amargura, más o menos reconocida, excava Jesús para descubrir una fuente de agua viva. Más allá del pecado, la salvación. Más en el fondo de la felicidad pasajera, un anhelo de bienaventuranza eterna.
En esta Samaritana –tipología fundamental del creyente que se acerca a Jesucristo desde lo más hondo de sus sentimientos- encontramos la persona humana en su necesidad de salvación. La situación de pecado, y su sed de felicidad.
Desde esta situación concreta, Cristo se acerca a nuestra humanidad insatisfecha y vacía y se logra el encuentro de salvación.