El Señor está renovando su Alianza en la persona de Abraham, al cual ha cambiado de nombre. Antes era Abram (“padre excelso”), y ahora Abraham (“padre de multitudes”). La renovación de la Alianzas será a través de la circuncisión, a la cual se someterá el Niño Dios a los ocho días de su Nacimiento.
Dios también quiere renovar su comunión contigo. La base está en la Nueva Alianza. Ya no habrá otra. Quiere renovar su relación contigo en base al Santo Sacrificio de la Misa.
Dios quiere hacer alianza contigo, cambiarte el “nombre”, es decir, tu vida, y hacerte grandes promesas. Pues sí. Cuando dejamos que Dios nos cambie, vienen muchas bendiciones. Pero esas bendiciones exigen el sacrificio de la renuncia de mi ser (de mi “nombre”). Al cambiarme el “nombre”, el Señor me cambia los planes. ¡Cuánto duele! Pero es así.
También Abraham habría de salir de su tierra y poner su vida en las manos de Dios. Cuántas veces pensaría que todo era una ilusión al comprobar el transcurrir de los acontecimientos. Cuántas veces habría de pensar que lo más cabal era regresar a Ur. No lo hizo. Dios le sostenía en el éxodo iniciado. No miró atrás. Y si lo hizo, lo superó. No se mira atrás. Nunca. Pasó. En todo caso, miramos atrás con dolor por lo que abandonamos, no por malo, sino porque fuimos llamado a lo santo. El dolor es más agudo. Pero… es así.
Dios nos hace sus promesas, que vemos con claridad. Después, ya no se vuelven a ver, excepto en ocasiones en las que el Señor consiente en alimentar nuestra decaída esperanza. Toca caminar en la fe. Con la luz de la fe. A la luz de la fe. Qué duro se hace el camino. Sobre todo, cuando uno piensa que se van a cumplir las promesas de repente, y no es así. Qué desilusión. ¡Cómo cuesta seguirte, Señor!
Por eso, hemos de saber que el camino se hace “guardando la palabra del Señor” como nos dice el Evangelio de este día. Si guardamos su palabra no caeremos en la “muerte” del fracaso, de la desilusión, de la impotencia, de la mediocridad, del autoengaño, de una vida alienada.
Jesús está siendo “glorificado” por su Padre al decir estas expresiones que tanto enfadan a los judíos. ¡Qué mal entendieron su filiación abrahamica! La descendencia prometida al patriarca pasa por reconocer a Jesucristo como parte de ella, la cual se multiplicará por aquéllos que tengan fe en El. Jesucristo es Dios, está por encima de Abraham. El Verbo le habló a Abraham. Está por encima de él. Los judíos no lo entienden. No han acogido la palabra de Jesús. Nunca entenderán, ni por asomo, que Jesús es Dios.
Sus vidas fracasarán. Empiezan por querer apedrear a Jesús.