Seguimos considerando el ascenso a la Pascua del Señor.
Hoy empezamos con el profeta Isaías, el más grande de los profetas, y nada más y nada menos que con la continuación de uno de sus cantos del Siervo del Señor, el segundo en esta ocasión.
Y la continuación corresponde con la “Exaltación del Siervo”, tal como se reconoce este pasaje de la primera lectura.
“¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré”. Este versículo cierra el pasaje que nos ocupa en esta ocasión. Con esto ya está todo dicho. Si una madre NUNCA se olvida de nosotros, Dios, Nuestro Señor, menos. Siempre estamos en su mente. ¡Estamos tan presentes en el ser de Dios…!
En nuestras situaciones más decadentes, hemos de pensar y saber que Dios nos sigue amando. Dios nos quiere sacar de nuestras “cárceles tenebrosas”. Quiere facilitarnos la conversión y la restauración de nuestras vidas. Dios promete dar todas las facilidades para salir de la desolación personal, matrimonial, familiar, social, eclesial, vocacional. Dios promete allanar todas las inconveniencias. Tanta magnanimidad tiene que conmovernos y humillarnos y animarnos a dar el paso de conversión.
La Cuaresma es un camino hacia los mejores deseos de cualquier bautizado: SER SANTO. Todos quieren ser santos, pero sus pecados les hacen pensar que ya todo se acabó y que no hay remedio. No es así. No es así. Nuestros pecados no pueden pesar tanto en nuestro ánimo.
El Señor, en el Evangelio, nos anima a escuchar su Palabra para tener ya vida eterna en este momento presente de nuestra existencia, que aún no ha pasado por el trance de la muerte.
El Señor nos quiere dar vida tal como afirma en este pasaje, que es continuación del de ayer. Es de tal grandiosidad su proyecto que nos encontramos con un plan divino consistente en darnos vida, tras la muerte, y vida de gracia ya ahora.
Qué bonito es saber que Dios, en su Hijo, quiere ser grande con nosotros, hacia nosotros, por nosotros. Démosle esta oportunidad que el Cielo reclama en favor de nuestra alegría.