En este nuevo día cuaresmal, en nuestro personal éxodo hacia la cumbre pascual, con toda la Iglesia, nos volvemos a encontrar con otra lectura del profeta Daniel.
La primera lectura recoge una oración, en este caso de Azarías, uno de los tres jóvenes arrojados al horno encendido por orden del rey Nabucodonosor, al no querer adorar una estatua de oro. Ejemplo, por tanto, de fortaleza para nuestros jóvenes. Ya nos habíamos encontrado, días pasados, con dos ejemplos de orantes en situaciones pavorosas, Daniel y Ester, la Reina.
La primera lectura, pues, contiene la oración de este joven judío que está con sus otros dos amigos a punto de sufrir tormento.
En medio de esa situación, levantó la voz y rogó a Dios que no los desamparase.
El joven Azarías pareciera que con su ruego a Dios estuviese dando la palabra a todo su pueblo judío, pues dice “ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados”. La oración, desde luego, sale del corazón. Un corazón que representa a toda una nación que sufre otro castigo, el exilio y la esclavitud. Está rezando por su gente.
¿Qué nos podría enseñar? Que hay que ver la mano de Dios en toda circunstancia. También en las extremadamente dolorosas. Nos podría enseñar que a lo mejor hubo algo terrible en nuestro pasado. Todos sabemos que en el desamparo, en la soledad, en el dolor, somos especialmente sensibles para reflexionar acerca de nuestra vida con calma. Curiosamente, todo lo que nos postra en la vida favorece el reconsiderar nuestra existencia. Quizá admitamos que nos habíamos llenado de arrogancia saltando por encima de la Ley de Dios. Ello sólo puede llevarnos al desastre personal, familiar, laboral, parroquial, eclesial.
Toca arrepentirse con sinceridad, con nobleza, con hombría. Corresponde asumir nuestra responsabilidad en la decadencia a la que fue a parar nuestra vida, nuestra sociedad, nuestra Iglesia. Toca humillarse ante Dios con el corazón roto. Se entiende que hemos de “buscar el rostro de Dios” otra vez.
La Cuaresma no se cansa de insistirnos en que adoptemos estos comportamientos de hombres desgarrados por el abatimiento sincero.
El Evangelio nos conmina a pensar cuánto nos tendrá que perdonar Dios.
Este año estamos insistiendo en la importancia de acudir al tesoro santo de las indulgencias para que se vayan borrando las penas temporales que nos harán permanecer largo tiempo en el Purgatorio. No debemos despreciar esto tesoro de misericordia de Dios para con nosotros.
Pero volvamos a lo primero, que es meditar sobre cuánto nos tendría que castigar Dios si se dejase llevar por su cólera. Por eso, Jesucristo nos dice a través de esta conocida parábola que aceptemos el perdón de los que nos ofendieron, y no exijamos más de lo que no nos corresponde. Cuesta mucho, ya lo sabemos.