Entre los testimonios más significativos y antiguos se encuentra el de SAN JUSTINO (año 165), quien, a la mitad del siglo II, afirma que, en la liturgia eucarística, junto a los escritos de los profetas, eran leídos los Santos Evangelios.
Es el primer testimonio. Muy antiguo, como podemos comprobar.
Otro testimonio sobre la formación del canon de los Evangelios en el siglo II es el “Diatesssaron” de Taciano, en el 180. Este escrito de Taciano era una especie de “armonía evangélica” basada en los cuatro Evangelios únicamente. Fue compuesta en Roma. Esta obra presupone la existencia y el carácter normativo de los cuatro Evangelios.
Más decisivas resultan las afirmaciones de San Irineo (año 202) que defiende, en su gran obra “Adversus haereses” la canonicidad de los Evangelios. Demuestra que son cuatro. Y reconoce como Escritura Sagrada todo el “corpus” de San Pablo, y prácticamente todos los demás libros del Nuevo Testamento, pero no cita la Tercera de San Juan, ni la Carta de San Judas.
La expresión “Nuevo Testamento” aplicada a los libros bíblicos se encuentra por primera vez en los escritos de Tertuliano, alrededor del 200, cuando comenzaron a surgir los primeros catálogos de libros inspirados.