El ejercicio del Vía Crucis es un ejercicio de piedad que, por medio de catorce estaciones, recorre el camino de Cristo desde el pretorio hasta la sepultura.
Nace a principios del siglo XV, generando “caminos sagrados” en iglesias y por calles –“caminos del Calvario- y montes –Calvarios-, y muchas procesiones y corporaciones de Semanas Santas.
Su origen parece localizarse en España, de la mano del Beato Álvaro de Córdoba en el convento reformado de Escalaceli, en Sierra Morena.
El Beato Álvaro recrea, en aquella geografía tan parecida a la de Tierra Santa, diversos lugares de la Pasión del Señor: la “Cueva de Gesetmaní”, el valle del “Torrente Cedrón”.
Además, desde el convento hasta un montecito situado al sur y que dista tanto de é como el lugar de la Crucifixión de la Ciudad Santa, edifica una serie de estaciones que terminan en el “Calvario”, donde erige tres cruces.
No hay que buscar en este Vía Crucis del Beato Álvaro uno idéntico al actual e indulgencias, pero la idea es la misma. Los demás conocidos en Europa son todos posteriores a éste.
La estructura del Vía Crucis ha sufrido una notable evolución. Al principio son siete estaciones. Luego, por influencia de la obra de Adricomio (s. XVI) y, especialmente, de los “Ejercicios Espirituales” (1625) del franciscano A. Daza, pasa el número de catorce estaciones.
Los Vía Crucis se disponen en el interior de las iglesias, ya sea por medio de sendas cruces o escenas de las mismas.
Algunas de las estaciones tradicionales son evangélicas y otras apócrifas.