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Para obtener un panorama de la historia del amor divino que envuelve las vidas de estos personajes, repasemos brevemente las promesas que Dios hizo –y no dejó cumplir- a cada uno de ellos:
- Dios llamó a ADÁN a participar de su bendición a través de la alianza de matrimonio con Eva y prometió librarlos del pecado sirviéndose del “linaje” prometido que heriría la cabeza de la serpiente diabólica que les había tentado.
- El Padre prometió a NOÉ y a su descendencia salvarlos del diluvio, y a continuación prometió no volver a destruir por el mismo medio a la familia humana.
- Dios prometió a ABRAHÁN la Tierra Prometida en la que sus descendientes naturales serían bendecidos primero como pueblo y luego como reino, y que a través de él y de su linaje esa bendición alcanzaría a todas las familias de la tierra.
- El Señor se valió de MOISÉS para liberar a las Doce tribus de Israel de la esclavitud de Egipto y para ratificar una alianza nacional que los convertiría en una nación santa, llamada a ocupar la Tierra Prometida de Canaán recibida en herencia.
- Dios pactó con DAVID la construcción de un reino internacional con la fundación de un trono imperecedero en el hijo de David, destinado a regir –con sabiduría divina- a todas las naciones, unidas en una familia real gracias al culto común al Padre celestial en el interior del templo de Jerusalén, su casa.
- Por último, el Padre mantuvo todas sus anteriores promesas con el don de su Hijo, JESÚS, quien –para ratificar la Nueva Alianza- asumió las maldiciones de las alianzas previamente rotas y entregó su cuerpo y su sangre, manteniéndonos unidos a todos, judíos y gentiles, en la única familia divina y universal que es la Iglesia, una, santa, católica y apostólica.