- San EVECIO, mártir. En Nicomedia. En tiempos de Diocleciano rompió el edicto promulgado contra los cristianos por los que fue sometido a crueles tormentos. (303).
- San MODESTO, obispo. En Tréveris. (480).
- Beato CONSTANCIO SÉRVOLI de FABRIANO, presbítero. En Ascoli Piceno, Italia. Dominico. Se distinguió por su austeridad de vida y su celo por promover la paz. (1481).
- Beato MARCOS de MARCONI, religioso. En Mantua. Ermitaño de San Jerónimo. (1510).
- Beato TOMÁS MARÍA FUSCO, presbítero. En Campania, Italia. Manifestó un amor grande hacia los pobres y necesitados, y fundó el Instituto de Hijas de la Caridad de la Preciosísima Sangre, para trabajar entre los jóvenes y los enfermos. (1891).
Hoy recordamos especialmente a SAN ETELBERTO
Etelberto, rey de Kent, se casó con una princesa cristiana llamada Berta, que era hija única de Chariberto, rey de París. Etelberto concedió a su esposa plena libertad para participar de su religión, y Berta llevó a Inglaterra a Liudardo, un obispo francés. La tradición habla de la piedad y las amables virtudes de Berta, que indudablemente impresionaron mucho a su marido; sin embargo, el rey no se convirtió hasta la llegada de San Agustín y sus compañeros.
Los misioneros enviados por San Gregorio el Grande, desembarcaron en Thanet, desde donde se comunicaron con el rey, anunciándole su llegada y las razones de su viaje. El rey les rogó que permanecieran en la isla y pocos días más tarde, fue personalmente a escucharlos. Luego de este encuentro, San Etelberto les concedió permiso para predicar en todo el pueblo, convertir a cuantos pudieran y les entregó la iglesia de San Martín para que pudiesen celebrar la Misa y otras liturgias.
Las conversiones empezaron a multiplicarse, y pronto el rey y su corte fueron bautizados en Pentecostés del año 597. El rey además les dio permiso para reconstruir las antiguas iglesias y construir otras nuevas. Su gobierno se distinguió por el empeño que puso en mejorar las condiciones de vida de sus súbitos; sus leyes le ganaron el aprecio de Inglaterra, en épocas posteriores, y su apoyo a la fe católica permitió que se construyesen muchos templos, monasterios y algunas diócesis, como la de Rochester.
El santo pronto se convirtió en un modelo por la nobleza de su conversión. La acogida que dio a los misioneros y su gesto de escucharles sin prejuicios son un caso extraordinario en la historia. Con su actitud de no imponer la fe en sus súbditos, a pesar de su celo por propagarla, favoreció enormemente la obra de los misioneros.
Después de cincuenta y seis años de reinado, falleció en el año 616, y fue sepultado en la Iglesia de San Pedro y San Pablo, donde descansaban los restos de la reina Santa Berta y San Liudardo.