El aspecto más relevante que conlleva la unidad bíblica es la presencia de un vínculo firme e indisoluble entre los dos Testamentos, que hace que tanto el uno como el otro Testamento dirijan su mirada a Cristo.
Todas las páginas de los dos Testamentos convergen hacia Cristo, como a su punto central.
Dios, en efecto, en su sabiduría, dispuso las cosas de modo que el Nuevo Testamento estuviese escondido en el Antiguo, y el Antiguo se hiciese patente en el Nuevo, pues si los textos del Antiguo adquieren y manifiestan su significado pleno en el Nuevo, a su vez lo iluminan y explican.
Por tanto, entre ambos Testamentos existe una relación que se puede describir así: según el plan de Dios, el proyecto salvador del Antiguo estaba ordenado, sobre todo, a preparar, anunciar proféticamente y significar con diversas “figuras” la venida de Cristo redentor universal y la de su Reino.