Continuamos con la teología del discipulado en el Evangelio de San Mateo, viendo ya lo poco que nos queda del mismo.
Una vez se nos recuerda que ser discípulo es aprender de Aquel que se presenta como “manso y humilde”. La comunión de vida ha de llevar a la transformación interior. Sin esta transformación el discipulado se frustraría.
Por el contrario, la comunión interior y personal permite un auténtico aprendizaje, una interiorización de las enseñanzas del Maestro.
Este doble elemento del discipulado queda confirmado en el mandato misional, donde el “hacer discípulos” se desglosa en “bautizar, primeramente, y “enseñar a guardar”, en segundo lugar, todos los mandatos del Señor.
En esa comunión con Jesús está la fuente de la ética cristiana; y desde ella se accede al Padre, a la misma vida trinitaria en este tiempo, y, después, en el Tiempo venidero “Venid, benditos de mi Padre”.
Mañana, por tanto, comenzaremos a ver el tercer punto fuerte de la teología de San Mateo que consistirá en conocer su Eclesiología.