Los libros sagrados tienen un origen divino, sobrenatural.
Constituyen también una realidad de índole sobrenatural.
La Sagrada Escritura, en cuanto “ayuda singular” de Dios a los hombres, manifiesta “de modo sobrenatural los misterios de su divinidad, de su sabiduría y de su misericordia”, en palabras del Papa León XIII.
Con todo, y a pesar de la perfección que hay en Dios, la Sagrada Escritura viene siendo, en palabras de Santo Tomás, como un rayo salido de la Verdad primera, o “una pequeña gota que bajó a nosotros”.
La teología dogmática distingue:
- Acciones divinas sobrenaturales por el “modo de acción”: por ejemplo, la curación instantánea de un ciego; y,
- Acciones divinas sobrenaturales por “la naturaleza del efecto”: como ocurre con la infusión de la gracia por medio de los Sacramentos, que deja una cualidad en el alma que lo recibe.
Así pues, según esto, la Escritura, por su contenido, pertenece a este segundo grupo de acciones divinas.
Evidentemente, y ya, por último, no todas las enseñanzas de la Biblia, consideradas una a una, son verdades estrictamente sobrenaturales, como lo ponen en evidencia los textos que narran circunstancias ordinarias de la vida familiar, social, política.
Pero esto será otro tema que veremos, si Dios quiere.