Después de estar unos días leyendo autores ajenos al profetismo, hoy volvemos a escuchar a uno de ellos, el profeta Sofonías, profeta menor del siglo VII a. C. Describió como pocos el “Día del Señor”, expresión que nos sitúa en el Final de los tiempos, calificado como día “terrible y veloz”. Seguro nos resultan familiares estas expresiones que se suelen escuchar en los últimos días del año litúrgico. Libro muy corto, tres capítulos.
El pasaje que se proclama en este día situado, pues, prácticamente al final del Libro, nos ofrece promesas y esperanzas. Nos anuncia que acabarán el orgullo y la soberbia que produjeron tantas desgracias en los israelitas. Dios purificó su pasado fanfarrón y no volverán a sentir vergüenza de sus pecados.
Cuántas veces hay que dejar que Dios nos purifique de nuestro pasado tan pesado. Y una vez purificado, no se debe volver sobre el mismo. El recuerdo que quede alimentará la humildad ante el futuro.
Israel ha tenido que aprender que no están exentos de la purificación divina. La consideración de Pueblo de Dios impone más exigencias que al resto de los pueblos.
También Dios nos exigirá más a los cristianos, y a los católicos. Somos sus predilectos, pero seremos también examinados con más detalle. Hasta que llegue el momento del Juicio particular, todavía en esta primera vida, Dios nos puede humillar si nos observa insolentes y presuntuosos. Si nos contempla falsamente seguros pensando que estamos eximidos de cualquier responsabilidad moral. El bautismo nos impone una fuerte responsabilidad moral. No nos la relega. Muy al contrario.
Finalmente, este pasaje, nos habla que Dios creará un “resto”. Qué bella expresión para definir a los hijos de Israel que participarán para siempre de estas enseñanzas. Vivirán de la Palabra de Dios que alimentará su esperanza y nunca más tendrán miedo. Vivirán descansando en la protección de un Dios que cumplirá sus promesas. Ese “resto” será, pasados los siglos, el que reconozca la mesianidad de un Niño que nacerá en una gruta en Belén.
En el Evangelio, continuación del de ayer, sin que sirva de precedente pues en este tiempo no se hace lectura continua de Evangelio alguno, nos encontramos con la parábola de los dos hijos. Parábola, pasaje, duro, muy duro. “Los publicanos y las prostitutas van delante de vosotros en el reino de Dios”. Estos, cuyo pecado nadie oculta ni niega, se opusieron a la Ley de Dios. Tampoco dicen lo opuesto. Al menos, son sinceros. Pero, ¡cuántos pecadores que se saben tales, no permitieron que la Palabra de Dios no los transformase! No se puede decir lo mismo, si cabe, de tantos otros que, en primera instancia, nunca niegan nada a Dios pero que siguen viviendo en su medianía espiritual. Han hecho “paces” con la mediocridad. Esta actitud contemporizadora ofende a Dios.
Jesús, que sigue en su línea de revitalizar ante todos a Juan, recuerda: los pecadores le escucharon sus acusaciones; las que les hacía Juan. Nadie podía enfadarse. Pero también les dio una esperanza fuerte de resarcimiento.
En el Adviento, no importa el pasado pesado que tengas. Es más fácil, ¡cuánta y tantas veces!, que salga un pecador empedernido de su perdición absoluta que una persona que se tenga por religiosa y que esté viviendo como un ateo, habiendo pactado con la hipocresía y la simulación.