Algunos detalles
La Virgen María se apareció entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 en México. Sólo habían pasado doce años desde la llegada de los españoles al Nuevo Mundo. Hasta ese momento, las conversiones habían sido pocas.
En esta ocasión nos vamos a centrar en la importancia de Nuestra Señora de Guadalupe más que en las circunstancias históricas de la aparición mariana.
Ha sido muy importante el mensaje recibido, las consecuencias para la evangelización de México y las investigaciones modernas, que confirman el origen sobrenatural de la imagen.
El nombre “Guadalupe” no viene del santuario homónimo en España, sino que constituye una versión españolizada de una palabra indígena “Coatlaxopeuh” que significa “la que aplasta la serpiente”.
El rostro de la mujer representada no es ni blando ni indio, sino que parece una mezcla. No es una diosa, porque no lleva máscara alguna, y junta las manos en oración. Está ante el sol, pone los pies sobre la medialuna (símbolo del dios-serpiente) y está vestida con un manto estrellado; es, por tanto, más poderosa que los dioses indicados con estos símbolos.
La túnica es de color rojo pálido, color del sumo dios. Las bandas negras que caen de las manos de María son los signos de la maternidad. El color del manto, entre el azul y el verde, indica el azul del cielo (sede del dios supremo) y el verde del jade, considerado más precioso que el oro, que la plata y que todas las otras piedras preciosas. Azul y verde eran los colores de la divinidad; sólo el soberano podía vestir un vestido así. Un poco bajo el cuello, María lleva una cruz cristiana que asemeja a un símbolo azteca que significa universo.
Tras las apariciones comenzó una conversión en masa, la más grande jamás ocurrida en la historia de la Iglesia. En diez años se contaron en México cerca de 8 millones de conversiones.