Isaías sigue con su vocación de transmitir esperanza al Pueblo de Dios. Lo hará, en esta ocasión, recordando la eternidad y absoluta trascendencia de Dios. Estos atributos divinos no significan lejanía de Dios respecto a las criaturas, ni desinterés por nuestras vidas. Al contrario. Precisamente su eternidad, su trascendencia, su inmutabilidad, su omnipotencia, que debemos considerar tantas veces, y que definen la verdad del Ser de Dios, son garantía para nuestro futuro. Alguien con estos atributos, y que sólo tiene el Creador, puede darnos vigor, fuerza, ilusión. Si se lo pedimos.
Con Dios todo se hace posible y llevadero. Nada duele. Nada cansa. Nada entristece. Con Dios todo se puede.
Por eso el profeta, en su empeño, anima a alzar la mirada. O, lo que es lo mismo, a levantar los corazones.
Si los jóvenes se cansan, tal como dice el pasaje, y tal como vemos tantas veces, y flaquean ante cualquier contratiempo hay que pensar que ha sido un error imperdonable alejarlos de la fe y no educarlos convenientemente en la misma. Pero… siempre estamos a tiempo, todos, de mejorar. De enderezar la vida. De volver a orientarla. De cambiar los criterios sobre los que se está “levantando” la sociedad.
Con tal motivo, Jesucristo, Nuestro Señor, nos anima fuertemente a que vayamos a El, sin dilación, cuando nos reconozcamos “cansados”, “agobiados” porque El nos aliviará. Nos atiende, y entiende lo que nos pasa. Nos lleva dentro de su Corazón. Pero también quiere que le atendamos a El. Que consideremos qué tiene que decirnos.
Acudir a la llamada que nos hace el Señor a través de nuestra conciencia cuando nos ve mal, será un acierto por nuestra parte.
En principio, una buena confesión, un buen rato de oración ante el Sagrario, supondrá volver a tomarnos en serio y con cariño nuestra condición de bautizados, hijos muy queridos de Dios.