Isaías nos habla de la importancia de vivir en una ciudad fuerte, rodeada de murallas y baluartes para su defensa y para protección de sus habitantes. Algo que se tenía claro en la antigüedad. Esa “ciudad fuerte” es nuestro Dios, sobre cuya Roca se levanta la “ciudad”. O Él mismo. Sobre cuya Roca se tiene que construir nuestra vida. Nuestro cimiento, y el fundamento de nuestra vida ha de ser Dios.
Isaías nos pide que confiemos en Dios, la “Roca perpetua” que nos da seguridad, y contra la que se estrellan los “elevados”, los altivos.
Así, pues, Dios nuestra defensa, y la de todos los que se dejen proteger por su inexpugnable amor, y nuestro cimiento. Ciudad amurallada y Roca sobre la que se levanta.
El Señor, en el Evangelio, exhortando a elegir una conducta recta, nos dice que no vale absolutamente de nada decir “¡Señor, Señor!”, vendiendo una imagen de falsa piedad, y no querer cumplir su Voluntad rechazando de pleno sus indicaciones. No, no sirve. Lo que vale es sufrir por cumplir su Voluntad.
Sus palabras son roca sobre la que se levanta, tal como apuntamos más arriba, una vida, la nuestra. Antes o después vendrán lluvias, desbordarán ríos, soplarán vientos que pondrán en peligro la integridad de la casa, y de todos los que la habitan. Que pondrá en peligro nuestra vida cristiana. Nuestra fe, nuestra caridad, nuestra esperanza. Por eso es importante lograr una espiritualidad madura, fuerte, para cuando lleguen los malos momentos poder aguantar en medio de la “tormenta”.
En este día de Adviento hagámonos cargo que hemos de tener una profunda vida de oración constante y seria. Será la única manera de mantenernos firmes en medio los “huracanes” que nos toca padecer.