En este segundo día del Adviento el profeta Isaías, una vez más, quiere devolvernos el optimismo perdido. A pesar de que el Pueblo Judío parece un tronco seco sin vida, ni alegría, como nuestras vidas cristianas, Dios le va a infundir suficiente “jugo” para que brote un retoño que traerá la Salvación a todos los pecadores, cuyas vidas transitan completamente secas.
Este retoño será el Mesías cuya estirpe se remonta a Jesé, el padre de David, el Rey. Dicha dinastía davídica, pues, será por siempre referencia ya que el Mesías reinará sobre todos los pueblos.
El Mesías vendrá lleno de Espíritu Santo, con los siete dones que lo caracterizan y que enuncia la lectura santa: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia y temor de Dios para sentenciar conforme a la justicia en favor de los sencillos, verdadera virtud que debemos suplicar en este Adviento, y para golpear a los soberbios que disfrutan haciendo daño.
No olvidemos que los siete dones del Espíritu Santo los hemos recibido en el momento que se nos administró el Santo Bautismo para que seamos capaces de captar las inspiraciones y mociones del Espíritu.
En el Evangelio contemplamos la alegría de Jesús. Sí, su alegría, al recibir a los setenta y dos discípulos que había mandado delante de El a los pueblos que tenía pensado visitar. Les ha escuchado y ha disfrutado mucho de sus anécdotas. No importan los aparentes triunfos o contradicciones, importa que fueron a cumplir una misión. El Señor, transido de divinidad, manifiesta la alegría que hay en el Cielo por estos hijos suyos a los que Dios compensa su humildad revelándoles los arcanos celestiales.
Pidamos a Dios que nos ayude a seguir las inspiraciones del Espíritu Santo para que nuestras almas no se sequen de abulia y tristeza. Confesándonos sacramentalmente en este tiempo rebrotará la alegría que le falta a nuestras vidas y a nuestra sociedad que ha pensado que era “sabia y entendida”. Y no lo era.