Hoy, 22 de noviembre, la Iglesia celebra a:

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  1. Santa CECILIA, virgen y mártir, enterrada en el Cementerio de Calixto, en la Vía Apia de Roma. (s. inc.).
  2. San FILEMÓN, esposo, en Colosas, Turquía, de cuyo amor a Jesucristo se hace eco San Pablo. Recibe culto con su esposa Santa APIA. (s. I).
  3. San ANANÍAS, mártir, en Persia, hoy Irán. Bajo el Rey Sapor II. Tres veces lo apalearon con crueldad y, creyéndolo muerto, lo dejaron en el suelo. Los cristianos se llevaron su cuerpo aún con vida hasta su muerte en Cristo en el hogar de uno de ellos. (345).
  4. San BENIGNO, obispo, en Milán. Que en tiempos de invasiones bárbaras dirigió con tesón la Iglesia a él encomendada. (470).
  5. San PRAGMACIO, obispo, en Autún, actual Francia. (517).
  6. Beato TOMÁS REGGIO, obispo, en la región de Liguria. Siendo obispo de Génova, viviendo con gran austeridad, y teniendo una gran mansedumbre, logró mantener la concordia ente los ciudadanos. (1901).
  7. San PEDRO ESQUEDA RAMÍREZ, presbítero y mártir. Teocaltitlán, México. Por ser sacerdote fue encarcelado y fusilado durante las guerras cristeras.
  8. Beatos ELÍAS TORRIJO SÁNCHEZ, BERTRÁN LAHOZ MOLINER, religiosos y mártires, en Paterna, durante la persecución religiosa en España. (1936).

Hoy recordamos especialmente a BEATO SALVADOR LILLO y COMPAÑEROS MÁRTIRES

Salvador Lilli nació en Capadocia, en la provincia italiana de L’Áquila, el 19 de junio de 1853, en el seno de una familia dedicada al transporte de carbón y leña a Roma. Realizó algunos estudios y, cumplidos los 18 años, ingresó en la orden franciscana, en el noviciado que los Reformados tenían en Nazzano de Roma. En 1871 profesó la regla de san Francisco, y dos años después, debido a la supresión de las órdenes religiosas en Italia, marchó como misionero a Palestina. Fue ordenado sacerdote en 1878, en Belén, y dos años más tarde fue enviado a Marasc, misión de Armenia Menor (Turquía), perteneciente a la Custodia de Tierra Santa. Aquí aprendió las lenguas árabe, turca y armenia, y desarrolló un provechoso apostolado entre los cristianos del lugar, como lo demostraban los confesionarios siempre ocupados y las comuniones frecuentes de los fieles, incluso entre semana. Mantuvo buenas relaciones con las personas más eminentes de la ciudad, católicas, ortodoxas y turcas. Con las limosnas de los bienhechores levantó una nueva capilla; también adquirió un gran campo y muchas herramientas agrícolas para labrarlo.

Hubo en 1890 una epidemia de cólera, y el P. Salvador, que se encontraba sólo en el convento, desarrolló durante cuarenta días una labor incansable de asistencia a los apestados. Unos años más tarde fue destinado como párroco y superior a la misión de Mujuk-Deresi, a siete horas a caballo de Marasc. Allí, en la plenitud de su vida y actividad religiosa, cultural, social y económica, le sorprendió en 1895 una fuerte persecución contra los cristianos armenios, despreciados desde siempre por los musulmanes, por su fidelidad a la fe cristiana. Miles de hombres, mujeres y niños fueron asesinados en toda la región. Los superiores le avisaron que abandonase urgentemente el lugar. Al segundo aviso respondió diciendo que «el pastor no puede abandonar a las ovejas en peligro», de modo que decidió permanecer junto a los armenios perseguidos. Al cabo de un mes, los soldados entraron en la misión a bayoneta calada, y el valiente franciscano, que los recibió con el mayor respeto, resultó herido en una pierna mientras trataba de ayudar a las víctimas. Fue encerrado en una celda del convento, y allí, entre halagos y amenazas, el oficial de los soldados trató de convencerle para que renegara de Cristo y se pasara al Islam.

Pasada una semana, los soldados quemaron la misión y se pusieron en marcha, llevando maniatado y herido a fray Salvador, con otros campesinos, hasta Marasc. En la iglesia, fray Salvador los oyó en confesión y les animó a afrontar el martirio. Reemprendieron la marcha y llegaron al borde de un torrente, cerca de Mujuk-Deresi. Aquí el jefe trató, una vez más, de hacerles renegar de Cristo y abrazar la fe musulmana. Ante la negativa de todos, fueron asesinados allí mismo, a golpe de bayoneta, y sus cuerpos quemados. Era el 22 de noviembre de 1895.