Veo ciertos rayos de luz emanando del amor divino hacia las almas y penetrándolas tan fuertemente que parecería destruir no solo el cuerpo sino el alma; esos rayos pueden cumplir dos funciones. La primera, purificación; la segunda, destrucción.
Miren el oro, cuanto más se lo funde, mejor se vuelve. Así actúa el fuego sobre las cosas materiales. El alma no puede ser destruida en tanto está en Dios, pero en sí misma, como tal, sí puede ser destruida; cuanto más purificada, más se destruye en sí misma hasta que al final es pura en Dios.
Así funciona el fuego divino con las almas. Dios mantiene a las almas en el fuego hasta llegar a la perfección. Y, cuando el alma ya está por completo con Dios y anda de egoísmo queda en ella, pues El la ha limpiado para llevarla hacia Sí mismo, ya el alma no sufre, no hay más pena. El fuego de amor divino como la vida eterna, y en ningún caso, contrario a ella.