- San NILO, abad, considerado discípulo del gran San Juan Crisóstomo. Estuvo al frente de su monasterio grande tiempo, y difundió la doctrina ascética que practicó. (430).
- San MACARIO, obispo, nació en Irlanda. Discípulo de San Columba. Fundó la Diócesis de Mull, en Escocia. (s. VI).
- San MILLÁN, presbítero. En los montes de la región de la Cogolla, en Logroño. Llevó una vida eremítica, como sacerdote, y después la llevó monástica. Muy generoso con los pobres; destacó por su don de profecía. (574).
- San CUNIBERTO, obispo, en Colonia. Renovó la vida de la Iglesia y la piedad de los fieles después de las invasiones bárbaras. (663).
- San LABUINO, presbítero y monje, en Frisia, Holanda. Procediendo de Inglaterra fue misionero en esas tierras. (650).
- Santos BENITO, JUAN, MATEO e ISAAC, mártires, en Polonia. Enviados como misioneros a ese país fueron degollados junto al río Warta por unos ladrones. Su criado CRISTIANO fue ahorcado en la capilla. (1005).
- San JOSAFAT KUNCEWICZ, obispo y mártir. Rutenia. Con ardor, impulsó a su pueblo hacia la unidad católica, cultivó con piadosa dedicación el rito bizantino-eslavo en Bielorrusia, que entonces estaba bajo la jurisdicción de Polonia, y, cruelmente perseguido por una chusma enemiga, murió por la unidad de la Iglesia y la defensa de la verdad católica. (1623).
- San MARGARITO FLORES, presbítero y mártir, en México, encarcelado y fusilado durante la persecución religiosa en ese país. (1927).
- Beato JOSÉ MEDES FERRIS, mártir, en Valencia, España, asesinado por los marxistas. (1936).
Hoy destacamos especialmente a SAN DIEGO de ALCALÁ
Nació en España en el año 1400, de familia muy pobre. De joven fue a un campo solitario a acompañar a un familiar que hacía allí vida de monje ermitaño. Y de él aprendió el arte de la oración y de la meditación y un gran cariño por Jesús Crucificado.
Se dedicó a las labores manuales y a recoger leña, y con lo que ganaba ayudaba a muchos pobres. Y como el que más da, más recibe, la gente empezó a llevarle abundantes limosnas para que repartiera entre los necesitados.
Pero sucedió que leyó la vida de San Francisco de Asís y se entusiasmó grandemente por el modo de vivir de este santo, y además estaba preocupado porque su demasiada popularidad en su tierra le quitaba la oportunidad de poder vivir en soledad y recogimiento. Y así fue que pidió ser recibido como religioso franciscano y fue admitido.
Diego había hecho muy pocos estudios, pero era muy iluminado por luces celestiales, y así sucedía que cuando le preguntaban acerca de los temas espirituales más difíciles, daba unas respuestas que dejaban admirados a todos.
Fue enviado a misionar a las Islas Canarias y allá logró la conversión de muchos paganos y no permitió que los colonos esclavizaran a los nativos. Y haciendo una excepción a la regla, los superiores lo nombraron superior de la comunidad, siendo un simple lego. Y lo hizo muy bien.
En 1449 hizo un viaje desde España hasta Roma a pie. Iba a asistir a la canonización de San Bernardino de Siena. Acompañaba al Padre superior, el P. Alonso de Castro. Este se enfermó y Diego lo atendió con tan gran esmero y delicadeza, que los superiores lo encargaron por tres meses de la dirección del hospital de la comunidad de Roma, y allí hizo numerosas curaciones milagrosas a enfermos incurables.
A San Diego lo pintan llevando algo escondido en el manto. Es un mercado para los pobres. Y es que en los últimos años estuvo de portero en varios conventos y regalaba a los pobres todo lo que encontraba. Y dicen que en un día en que llevaba un mercado a un mendigo se encontró con un superior que era muy bravo y este le preguntó qué llevaba allí. El santito muy asustado le respondió que llevaba unas rosas, y al abrir el manto sólo aparecieron rosas y más rosas.
Los últimos años de su vida pasaba días enteros dedicados a la oración. Al ver un crucifijo quedaba en éxtasis. Su amor por la Virgen Santísima era inmenso. Untaba a los enfermos con un poco de aceite de la lámpara del altar de la Virgen y los enfermos se curaban. Un muchacho cayó en un horno ardiente, y el santo lo bendijo y el joven salió sano y sin quemaduras.
El 12 de noviembre del año 1463, sintiéndose morir pidió un crucifijo y recitando aquel himno del Viernes Santo que dice: «¡Dulce leño, dulces clavos que soportásteis tan dulce peso!» expiró santamente.