- El Tránsito de San DEMETRIANO, Obispo de Antioquía, deportado al destierro por el Rey Sapor (260).
- San ORESTES, mártir, en la actual Turquía. (Ss. III/IV).
- San PROBO, obispo, en Rávena, Italia. (Ss. III/IV).
- Santos NARSETES, obispo, anciano venerable, y JOSÉ, discípulo del anterior. Ambos decapitados por no querer adorar al sol, como les ordenó el Rey Sapor II. (343).
- San LEÓN MAGNO, papa y doctor. Nació en Etruria. Fue diácono en la Urbe, destacando por su diligencia. Mereció con todo derecho el apelativo de “Magno”, tanto por apacentar su grey con una exquisita y prudente predicación como por mantener la doctrina ortodoxa sobre la Encarnación del Verbo. La defendió con fuerza en Calcedonia. Murió en Roma. (461).
- San JUSTO, obispo, en Cantorbery, Inglaterra. Fue enviado a esta isla por el Papa San Gregorio Magno, juntamente con otros monjes, para ayudar a San Agustín en la evangelización de Inglaterra. (627).
- Beato ACISCLO PINA PIAZUELO, religioso y mártir. Pertenecía a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Asesinado durante la persecución religiosa en Barcelona. (1936).
Hoy destacamos a SAN ANDRÉS AVELINO
Nació en Nápoles en 1521.
Decidido a abrazar el estado clerical, estudió en Nápoles derecho canónico y civil, llegando a doctorarse.
Una vez ordenado presbítero, empezó a trabajar en los tribunales eclesiásticos.
Después de haber ganado un proceso con una falsedad, leyó en la Biblia “La boca calumniadora da muerte al alma” (Sab 1, 11). Impresionado, resolvió dejar este oficio y hacerse religioso, entrando en la congragación de Clérigos Regulares Teatinos. Allí tomó el nombre de Andrés. Cambiaba de vida.
Su maestro de novicios fue el Beato Juan Marinoni.
Pasó catorce años en la casa de los teatinos dando ejemplo de bondad y vida sacrificada.
Fue elegido maestro de novicios y después superior.
Algunos prelados que deseaban introducir reformas en el clero, reconociendo las grandes cualidades de Andrés Avelino, acudieron a él.
Así, el arzobispo de Milán, Carlos Borromeo, le pidió que le ayudase en su diócesis.
Fundaría una casa de su congregación en Milán y otra en Piacenza, y con su predicación convirtió a muchas personas, incluso de la alta nobleza.
En 1582, regresó a Nápoles donde continuó su vida de predicador. Se le atribuyen hechos prodigiosos, y favoreció el acercamiento a la fe, o la vida espiritual más intensa, de gran número de personas.
En 1608, Andrés Avelino sufrió un ataque de apoplejía cuando empezaba a celebrar misa y falleció en esa tarde.