Es manifiesto que hay perversidad en la voluntad contraria a la voluntad de Dios, donde la culpa es conocida y la mala voluntad persiste; y es que la culpa de aquellos que han pasado de esta vida al infierno, no es remitida.
No puede serlo, dado que ya no hay cambio de voluntad; en el pasaje al otro mundo el bien o el mal se estabilizó en concordancia con su deliberada voluntad. Es que en la hora de la muerte prevalece la voluntad de pecar, o el arrepentimiento. Según se incline la balanza hacia un lado u otro, después no hay remisión, según se me ha mostrado.
Después de la muerte el libre albedrío ya no puede retornar, pues la voluntad ha quedado fijada en el momento de la muerte. Y, dado que las almas en el infierno han tenido en el momento de la muerte la voluntad hacia el pecado, deben soportar la culpa a través de la eternidad, sin mérito por sus penas, solo soportarlas, sin final.
En cambio, las almas del Purgatorio solo soportan el dolor, no ya la culpa, por haberse arrepentido de los pecados en el momento de la muerte, y de sus ofensas a la Bondad divina.
Por lo tanto, su dolor es finito, y su tiempo se va acortando.