La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico por los difuntos con ocasión, no sólo de la celebración de los funerales, sino también en el aniversario de su muerte; la celebración de la misa en sufragio de las almas de los propios difuntos es el modo cristiano de recordar y prolongar, en el Señor, la comunión con cuantos han cruzado ya el umbral de la muerte.
Cada día, tanto en la celebración de la Eucaristía como en las Vísperas de la tarde, la Iglesia no deja de implorar al Señor con súplicas, para que dé a “los fieles que nos han precedido con el signo de la fe… y a todos los que descansan en Cristo, el lugar del consuelo, de la luz y de la paz”.
Es importante, pues, educar a los fieles a la luz de la celebración eucarística, en la que la Iglesia ruega para que sean asociados a la gloria del Señor resucitado todos los fieles difuntos, de cualquier tiempo y lugar.