“Ganar hombres para Cristo, acompañarlos en el camino del seguimiento de Cristo, dar respuesta a cada pregunta que busca la razón de su esperanza, lleva consigo mucho esfuerzo, privación y también decepción. Pero este servicio nos colma igualmente de gozo cuando podemos asegurar a unos padres jóvenes que sus hijos son llamados a la vida eterna y que en el bautismo son liberados del poder del pecado y de la muerte y trasladados al reino del Hijo de su Amor.
En una sociedad en que Dios es visto por muchos como una ilusión, desenmascarada por la Ilustración y la ciencia, al sacerdote no se le aprecia como un hombre de Dios, sino que se le ridiculiza como un cómico celestial o se le combate incluso como un impostor engañado.
Pero en cada tiempo el sacerdote es testigo de la verdad de Dios, y por ello adversario de los programas políticos y religiosos de auto-redención, expuesto así a la hostilidad verbal y violenta”.
(Card. Müller).