Esta alma consagrada se encontró a sí misma, estando aún encarnada, colocada por el ardiente amor de Dios, en el Purgatorio, que la quemaba, limpiando en ella todo lo que necesitaba ser limpiado, hasta que al dejar esta vida pudiera ella presentarse a la vista de Dios, su amable Amor.
Por medio de este fuego amoroso, ella comprendió en su propia alma el estado de las almas de los fieles que van al Purgatorio al purgar su suciedad y mancas de pecado, que no pudieron expiar durante sus vidas.
Y desde esta Alma, colocada por el ardiente fuego divino en este amoroso Purgatorio, se unió a ese amor divino con todos, y comprendió el estado de las almas que están en el Purgatorio. Y ella dijo:
Las almas que están en el Purgatorio no pueden, comprendo, elegir sino estar ahí, esto es por orden divina para hacer justicia. Ellos no pueden cambiar sus pensamientos sobre sí mismos, ni decir: “Por haber cometido tales pecados merezco estar aquí”, ni “no los he cometido, y entonces tengo que estar en el Paraíso”, ni “ése se irá más pronto que yo”, ni “yo me iré antes que él”. Ellos no tienen memoria ni sobre sí mismos ni sobre otros, ni lo bueno o lo malo, de ahí que ellos sufran un dolor mayor del que ordinariamente sufrirían. Tan felices están de encontrarse dentro de la voluntad divina, y de que El pueda hacer todo lo que le place, como le place que sufran este dolor sin pensar en sí mismas, ven solamente la obra de la bondad divina, que conduce al hombre a su misericordia, para no tener que recaer.