- San CESÁREO, mártir. Lacio. (s. inc.).
- San BENIGNO, presbítero y mártir. Dijon. (s. inc.).
- San AUSTREMONIO, obispo. Aquitania. Predicó en Clermont-Ferrand el Evangelio. (s. inc.).
- San MARCELO, obispo. París. (s. IV).
- San RÓMULO, presbítero y abad. Bourges. (s. V).
- San SEVERINO, monje. (s. VI). Tívoli. (s. VI).
- San MAGNO, monje. Milán. (s. VI).
- San VIGOR, obispo. Bayeux. Discípulo de San Vedasto. (538).
- San LICINIO, obispo. Angers. A quien el papa San Gregorio Magno encomendó los monjes que se dirigían a Inglaterra. (606).
- San MATURINO, presbítero. Larchant. (s. VII).
- San AUDOMARO, abad. Flandes. Siendo discípulo de San Eustasio, abad de Luxeuil, fue elegido obispo de los Marinos. (670).
- Beato RANIERO ARETINO, religioso. Umbría. Franciscano. Brilló por su humildad, pobreza y paciencia. (1304).
- Beato NONIO ÁLVAREZ PEREIRA, religioso. Lisboa. Al principio defendió el Reino. Más tarde fue recibido entre los hermanos oblatos en la Orden Carmelitana, donde llevó una vida pobre y escondida. (1431).
- Beatos PEDRO PABLO NAVARRO, presbítero, DIONISIO FUJISHIMA y PEDRO ONIZUKA SANDAYU, religiosos; mártires. Shumarabara, Japón. Jesuitas. Atormentados hasta morir con el fuego. (1622).
- Santos JERÓNIMO HERMOSILLA y VALENTÍN de BERRIOCHOA, obispos, y PEDRO ALMATÓ RIBEIRA, presbítero; mártires. Tonkín. Dominicos. Decapitados por orden de Tu Duc. (1861).
- Beato TEODORO JORGE ROMZSA, obispo y mártir. Ucrania. Martirizado por defender infatigablemente a la Iglesia frente a los comunistas. (1947).
Hoy recordamos especialmente a BEATO RUPERTO MAYER
Rupert Mayer (1876-1945) era hombre de firmes convicciones. Nacido en Stuttgart, Alemania, al terminar la escuela secundaria dijo a su padre que quería ser jesuita. Su padre le pidió que primero se ordenara y trabajara un año como coadjutor de una parroquia, de modo que Mayer estudió filosofía y teología, fue ordenado y ayudó a un párroco durante un año antes de entrar finalmente en el noviciado austriaco de Feldkirch el 1 de octubre de 1900. Más tarde mostraría la misma decisión al oponerse al movimiento nacional socialista de Hitler.
El año 1912 se estableció Mayer en Múnich, dedicando el resto de su vida a esta ciudad. Respondiendo a las necesidades de sus habitantes recorría la ciudad a la busca de puestos de trabajo. Pedía alimentos y prendas de vestir, y buscaba trabajos y lugares donde poder habitar. Su campo de trabajo cambió con la entrada de Alemania en la Primera Guerra Mundial. Se presentó como capellán militar voluntario y sirviendo primero en un hospital de campaña y luego siguiendo a los soldados a Francia, Polonia y Rumanía. Su valor se hizo legendario al acompañar a los soldados hasta la primera línea de combate, hasta obtener, por su valentía, la Cruz de Hierro en diciembre de 1915. Pero su carrera militar terminó bruscamente al ser herido, el 30 de diciembre de 1916, en la pierna izquierda, que le tuvo que se amputada.
Volvió a Múnich, donde la población vivía las consecuencias de la guerra. Una vez más el jesuita, infatigable, se entregó a la gente ayudándola como podía. La congregación masculina, creció mucho bajo su dirección, y le obligaba a recorrer continuamente la ciudad, llegando a dar hasta 70 charlas al mes. Comenzó a tener Misas dominicales en la estación central de ferrocarril, para hacerlas asequibles a los viajeros. Si Múnich hubiera sido una única parroquia él hubiera sido su párroco.
Al hacerse más fuertes los movimientos socialista y comunista, comenzó Mayer a asistir a sus mítines, incluso compartiendo escenario con sus líderes. Era el modo de interpelarles mencionando principios católicos que se oponían a los desastres a los que, en su opinión, conducían estos movimientos. Contra lo que sucedió a muchos testigos del ascenso de Hitler, Mayer detectó las falsedades que propagaba. Y en su persuasión de que un católico no podía ser nacional socialista, entró en conflicto inevitable con los nazis. Más que una toma de postura política, se trataba de una respuesta religiosa ante el mal.
Cuando Hitler llegó a la cancillería del Tercer Reich en enero de 1933 llevó a cabo un intento de cerrar la escuelas que tuvieran una relación con las iglesias, e inició una campaña de desprestigio de las órdenes religiosas en Alemania. Mayer usaba el púlpito de la iglesia de S. Miguel en el centro de Múnich para pronunciarse contra tal persecución. El 16 de mayo de 1937 la Gestapo le dio orden de poner fin a su predicación, porque no podía tolerar algo de tal influjo en la ciudad. Obedeció la orden, menos en el interior de la iglesia, donde continuó predicando. Le arrestaron el 5 de junio: fue la primera de las tres veces que lo encarcelarían. Permaneció en la prisión de Stadelheim hasta su juicio seis semanas más tarde. Se le condenó con suspensión de pena. Los superiores le pidieron en principio que se mantuviera en silencio, pero luego le permitieron volver al púlpito para defenderse contra los ataques difamatorios que los nazis le habían dirigido durante su silencio. Volvió a ser arrestado y cumplió la sentencia durante cinco meses hasta que una amnistía general le puso en libertad y pudo volver a Múnich a trabajar con pequeños grupos. Los nazis lo volvieron a arrestar el 3 de noviembre de 1939, aunque Mayer tenía ya 63 años; lo enviaron al campo de concentración de Oranienburg-Sachsenhausen, cercano a Berlín. Tras siete meses allí, su salud se deterioró tanto que los oficiales del campo creyeron que iba a morir. Como no querían hacer de aquel popular sacerdote un mártir, le confiaron en la solitaria abadía de Ettal, en los Alpes bávaros, donde permaneció hasta su liberación por las tropas americanas en mayo de 1945.
Mayer pudo volver a Múnich, e inmediatamente retomó su trabajo apostólico en la iglesia de S. Miguel. Los años de prisión le habían dejado muy débil. El 1 de noviembre de 1945, fiesta de Todos los Santos, sufrió un ataque al corazón mientras celebraba la Misa en S. Miguel. Perdió el sentido para fallecer poco después.