Uno de los aspectos más sobresalientes de la caridad medieval fue la redención de cautivos cristianos en “tierras de moros”, de dominio islámico. En las guerras entre cristianos y musulmanes en España, así como en los saqueos berberiscos a las costas europeas y en abordajes navales, los seguidores de Mahoma capturaban cristianos que eran después llevados como remero a los barcos de los piratas, o bien a las prisiones o a los mercados para ser vendidos como esclavos, siendo destinados unos como mano de obra o para harenes en el caso de las mujeres. Así, aparte de la pérdida de libertad y de las malas condiciones humanas y laborales, podía ponerse en peligro su vida moral e incluso su fe, y por ello surgieron algunas iniciativas particulares con el fin de obtener fondos para pagar su rescate y el regreso.
Esto se encuadraba en una larga tradición cristiana de atención a los encarcelados en el propio territorio y de liberación de prisioneros que se hallaban en manos de infieles. Sin embargo, sería a finales del siglo XII y principios del XIII cuando se produjera un hecho nuevo: el nacimiento de dos órdenes religiosas especializadas, orientadas de lleno a la redención de los cautivos cristianos de la España islámica y del norte de África. Nos referimos a los Trinitarios y a los Mercedarios.
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Los mercedarios surgieron de la mano de San Pedro Nolasco (1180-1249), comerciante del Languedoc que había residido en Barcelona desde su juventud. En 1203 creó una asociación de varones con vida religiosa en común y orientada a la redención de cautivos cristianos. En 1218 se erigió propiamente la ORDEN DE NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED DE REDENCIÓN DE CAUTIVOS, confirmada por el papa en 1235. Contó con el apoyo de Jaime I de Aragón y, según la tradición, también del canonista dominico San Raimundo de Peñafort. Se ajustó igualmente a la Regla de San Agustín y sus frailes añadieron a los votos de pobreza, obediencia y castidad, el de entregar su propia libertad a cambio de la del cautivo si era necesario. Su hábito era blanco y
Jaime I les concedió las armas reales de la Casa de Aragón para su escudo.
En su primer siglo funcionó en gran medida como una orden militar, contando con unos miembros guerreros cuya misión era proteger las costas frente a los ataques berberiscos, y otros miembros clérigos, más centrados en las labores de redención; en 1317 perdió el carácter militar. La liberación de cristianos, al igual que en el caso de otras órdenes como los trinitarios, se hacía generalmente a través del pago de su rescate, gracias a los donativos recibidos y a una parte de los fondos de los conventos. Los mercedarios trataron de vincular a los seglares con estas labores por medio de las “cofradías de redención”. Como en el caso de los trinitario, se designaban unos “frailes redentores” que, con los debidos pasaportes legales, entraban en territorio dominado por el Islam y realizaban una compra legal de la libertad de los cautivos que podían, ante intérprete y notario. En 1218, año de la fundación de la Orden como tal, San Pedro Nolasco redimió en Valencia a 158 cautivos, pero ya desde 1203 había realizado otras quince expediciones de liberación con sus compañeros, año tras año. Entre 1218 y su muerte en 1249, más de 4600 personas pudieron beneficiarse de la acción de los primeros mercedarios; a ellas hay que añadir las 3000 liberadas en la reconquista de Sevilla por San Fernando III (1248), a la que asistió el fundador de la Orden, a quien el rey favoreció a continuación para impulsar sus fundaciones y emprender sus misiones de rescate en el reino de Granada.
Aparte del fundador, ente los santos y beatos mercedarios se alzan los nombres de San Ramón Nonato (1240), quien participó en varias redenciones y en 1236 quedó como rehén a cambio de la libertad de un cautivo y sufrió tortura; Serapio (1240), que en una misión de redención quedó como rehén por un cautivo y finalmente fue crucificado por los musulmanes en aspa, como San Andrés; Pedro Armengol (1304), bandido convertido que luego ingresó en la Orden y se ofreció también como rehén en una redención obrada en 1266, siendo finalmente ahorcado por los musulmanes por el retraso del compañero que debía volver a rescatarle; Pedro Pascual (1300), obispo de Jaén que fue cautivado por los moros de Granada, ocasión en la que escribió en la cárcel dos obras apologéticas frente al Islam y al judaísmo, y prefirió destinar para otro presos el dinero que había llegado para su liberación, muriendo finalmente allí. Oficialmente estos tres figuran como beatos, pero en la Orden y a nivel popular muchas veces se les ha tenido y venerado como santos.
Muchos otros mercedarios padecieron tortura y martirio a manos de los musulmanes, lo cual refleja que éstos respetaban muy poco la legalidad a la que los frailes se ajustaban. Tampoco hay que olvidar a María de Cervelló, fundadora de la rama femenina de la Orden, dedicada a la vida contemplativa y la intercesión ante Dios por los buenos frutos de los frailes.
Ambas órdenes centran buena parte de su espiritualidad en la figura de Cristo Redentor y en la Misericordia divina, además de una singular devoción mariana.
(Tomado del libro “La acción social de la Iglesia en la Historia”, pp. 71-75).