Llevo ya algún tiempo reflexionando sobre la relación entre la “sacramentalidad” de lo cristiano – es decir, la lógica según la cual lo invisible se comunica con nosotros a través de lo visible -, la Teología fundamental, que se ocupa de la revelación, de la fe, y de la credibilidad de ambas, y el culto cristiano.
Dar razón de la fe, explicar la responsabilidad social de creer en Cristo, es algo así como justificar con motivos conformes a la razón el porqué de ir a Misa cada domingo. Yo ya estoy muy harto de la expresión “católico no practicante”. No sé lo que significa. Como tampoco entiendo muy bien el significado de “padre que ama a sus hijos, pero que siempre está ausente” o “persona muy trabajadora, que no se ocupa de su tarea”.
En cierto modo somos lo que hacemos. O manifestamos nuestro ser en nuestras acciones. Claro, somos imperfectos. Tanto que hasta podemos caer en la contradicción suprema del pecado. Eso es, lamentablemente, verdad. Pero debemos intentar que el accidente no se convierta en sustancia.
¿Por qué ir a la iglesia, por qué rezar en la iglesia, por qué ir a Misa? Cito un texto de Joseph Ratzinger, de su estudio titulado “La fundamentación sacramental de la existencia cristiana” (en J. Ratzinger, “Obras completas XI. Teología de la liturgia”, Madrid 2012, 139-152, 152): “orar en la Iglesia y en la cercanía del sacramento eucarístico es insertar nuestra relación con Dios en el misterio de la Iglesia como lugar concreto en el que Dios nos sale al encuentro. Y es este a fin de cuentas el sentido cabal de ir a la iglesia: la inserción de mi propio ser en la historia de Dios con los hombres, la única en la que yo en cuanto hombre tengo mi verdadera existencia humana, la única que me abre por tanto al verdadero lugar de mi encuentro con el amor eterno de Dios. Efectivamente, este amor […] busca al hombre todo, en el cuerpo de su historicidad, y le regala, en los signos sagrados de los sacramentos, una garantía de la respuesta divina en la que la pregunta abierta de la existencia humana alcanza su meta y su cumplimento”.
Si se trata de encontrarse con Dios, no hay que jugar a los dados, hay que obrar de modo prudente y razonable, atendiendo a nuestra propia constitución como seres humanos y a la historia de la relación que Dios ha querido establecer con nosotros. La fe no se puede separar de lo fáctico, pero no se reduce a lo fáctico: “La fe es una comprensión, y la comprensión trasciende siempre la pura facticidad”, dice también Ratzinger en otro de sus estudios.
¿Por qué ir a Misa? Si le hacemos esta pregunta a Pierangelo Sequeri nos dirá que, si se trata de identificar el punto de apoyo de la fe, habrá que reconocerlo en la capacidad de constituirse, ese lugar, como presencia real del Señor. Ese lugar es la celebración de la Eucaristía: “la celebración de la Eucaristía asume el relieve del lugar sacramental paradigmático de la presencia del Señor. Y, consiguientemente, el valor de referente simbólico de la cualidad y de la autenticidad de la fe; como confesión de su verdad, como sello de su ordenamiento comunitario, como fundamento del ejercicio de la entrega, como principio de la communio fraterna, como criterio de la idoneidad testimonial” (P. Sequeri, “Il Dio affidabile. Saggio di Teologia fondamentale”, Brescia 1996, 751).
El sacramento de la Eucaristía y la vida cotidiana están estrechamente unidos. El rito ayuda a dar sentido a la vida cotidiana:
“La forma de la palabra, el gesto de la comunión, la postura de la plegaria, la intención de la mirada, el ritmo de las secuencias de aproximación y distancia, las operaciones del lavar y del nutrirse, del iluminar o del resguardar, del acoger y del despedir, del tocar y del no tocar, aluden a las muchas figuras de la existencia cotidiana y de los sentidos que repetidamente entran en juego en ellas. Pero, los evocan de modo sintético, con cadencias no funcionales y con volúmenes rarificados: para que precisamente su sentido último y su fundamento originario vengan simbólicamente a la evidencia. Y en tal evidencia puedan mostrar su ligamen con el sentido último y el fundamento originario de la presencia de Dios en la vida cotidiana” (Ibid., 757).
Un tercer teólogo, José Granados, explica que en los sacramentos tenemos la gramática de toda la transmisión del misterio. Los sacramentos establecen la atalaya desde donde estudiar la teología:
“Su primera función, por tanto, no es la de ser vistos, sino la de enseñarnos a ver; y también: a escuchar, tocar, gustar, en cuanto el espacio sacramental acoge en sí a toda la persona, con todos sus sentidos. La teología, mientras está unida a los sacramentos, nunca será teología abstracta, sino un saber arraigado en el cuerpo, en el espacio comunitario donde se vive la historia salvífica” (J. Granados García, “Tratado general de los sacramentos”, Madrid 2017, 7).
Los sacramentos abren el espacio a la mirada o perspectiva sacramental que hace posible determinar la esencia de la fe. La nueva evangelización “requiere recuperar a un Dios que pueda ser tocado y gustado en la carne”, dice José Granados.
¿Por qué ir a Misa? Porque la práctica sacramental abre espacios habitables donde Dios se manifiesta. La liturgia “no solo proporciona datos para conocer el dogma, sino que abre el ámbito donde acoger la revelación divina”, dice Granados.
Donde Dios se hace presente florece la vida. El obrar cristiano es inseparable del rito sacramental. El “haced esto en memoria mía” resuena en el rito y abarca la globalidad de la existencia. Alcanza, incluso, a la creación entera, que está llamada a ser transformada por medio de nosotros en una “nueva ciudad”, en el espacio de la inhabitación del Dios viviente.
La creación entera encuentra su finalidad en ser configurada por la Eucaristía.
Guillermo Juan Morado.
P.S.: He desarrollado estas ideas en G. Juan Morado, “La proximidad de Dios. Teología fundamental, sacramentalidad y culto», Compostellanum 67 (2022) 115-148.