¿Por qué el Señor exige a sus discípulos hacer lo extraordinario?
En la lectura del evangelio de este domingo continuamos el sermón de la llanura que inició con las bienaventuranzas y los ‘ayes’. Y encontramos una pequeña sección donde Jesús repite una pregunta: ¿Qué hacen de extraordinario? Refiriéndose a conductas propias de un cristiano y aquellas que no lo serían. Pero analicemos cada una de las conductas para ver qué tienen realmente de extraordinario.
La primera propuesta de conducta es actuar según la regla de oro: Trata a los demás como quieras que te traten. Jesús opone esta regla de oro a una conducta que es benévola para los que nos tratan bien y antagónica para los que nos tratan mal. Esta primera propuesta nos servirá de clave para comprender las demás, por este motivo es importante entender que la propuesta de Jesús para sus discípulos es que nuestra forma de proceder no sea reactiva, es decir, que yo trate a otros según ellos me tratan a mí. La regla de comportamiento cristiano es tratar a los demás con bondad porque así espero ser tratado yo.
Por lo tanto, Jesús propone que el discípulo es proactivo, no reactivo en el amor. La segunda propuesta es tratar bien a los enemigos y la tercera es prestar sin esperar cobrar. El obrar de un seguidor de Cristo es romper la dinámica o espiral de destrucción que se inicia con obrar mal.
Si la propuesta del Señor Jesús es una buena noticia, ¿qué sentido tiene seguir haciendo las cosas como se hacen ordinariamente reaccionando mal para quien nos maltrata y solo haciendo bien a quienes nos tratan bien? La vida se convierte en una buena noticia, en algo extraordinario cuando, se trata bien a quien nos trató mal y se presta sin esperar que aquel dinero u objeto prestado regrese.
Por otra parte, el Señor no lanza a sus seguidores por una senda totalmente desconocida, pues dice: “sean misericordiosos como su Padre es misericordioso”, el Padre, creador de todo manifiesta constantemente su amor gratuito al mantener este mundo y todos sus beneficios en la existencia.
Además, no nos trata como nos lo merecemos por nuestros pecados. Quien vive sometido al pecado, actúa, tal vez inconscientemente, reaccionando mal y bien según es tratado, por eso Jesús habla de “los pecadores”. En oposición, el discípulo del Señor es “hijo” y por eso se le exige que actúe de forma extraordinaria.