En la Sagrada Escritura no se encuentran referencias directas a la Asunción de María con alma y cuerpo al Cielo.
Sobre este punto el dogma es comparable al de la Inmaculada Concepción.
Pero en la Palabra de Dios encontramos el punto de partida que lleva a la reflexión teológica, al conocimiento de la preservación de María de la corrupción del cuerpo.
Algún teólogo ha querido encontrar ya un indicio de la Asunción en Apocalipsis 12, 1 “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”. Aquí hay que decir que la “mujer vestida de sol” no es sólo María, sino más bien la Iglesia, sin bien está implícito algún matiz mariano.
La “mujer” es más bien figura simbólica.
Después de haber aparecido “en el Cielo”, se encuentra sobre la tierra, sufre los dolores del parto y debe huir de la persecución del “dragón”.
Como máximo se puede decir que, en la victoria de la “mujer” sobre las fuerzas del Diablo, está implícita en el sentido pleno también la victoria sobre la muerte, de la que Satanás es autor (Sab 2, 24). De este modo está justificado usar Ap 12 en la liturgia de la fiesta del 15 de agosto.
Los doctores escolásticos de la Edad Media vieron transparentada la Asunción de la Virgen Madre de Dios, no solo en varias figuras del Antiguo Testamento, sino también en aquella Mujer vestida de sol, que el apóstol Juan contempló en la isla de Patmos (Ap 12, 1).
Con la mirada puesta en Ap 12 estamos ya próximos al Protoevangelio como punto de partida (léase Gén 3, 15). En la victoria de la Madre del Mesías sobre el Diablo está incluida la superación de la muerte corporal.
Esto está implícito en la descripción de María como “nueva Eva”, estrechamente unida al nuevo Adán, si bien a él sujeta, en aquella lucha contra el enemigo infernal que, como fue preanunciado en el Protoevangelio (Gén 3, 15) se habría concluido con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte, siempre juntos en los escritos del apóstol San Pablo (Rom 5-6; 1Cor 15, 21-26. 54-57). Por lo cual, del mismo modo que la gloriosa resurrección de Crsito fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la lucha que tiene en común con su hijo debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal: porque, como dice el apóstol San Pablo “cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: la muerte ha sido devorada en la victoria” (1Cor 15, 54).
Junto al Protoevangelio podemos también contemplar el saludo angélico: María “llena de gracia” (Lc 1, 28). Muchos teólogos veían en el misterio de la Asunción un complemento de la plenitud de gracia dispensada a la Santísima Virgen, y una bendición singular en oposición a la maldición de Eva.
Está bien considerar Mt 27, 51-53, una escena referida inmediatamente después de la muerte de Jesús, que relata la rasgadura del velo del Santuario del Templo de Jerusalén. En aquel instante se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron, apareciéndoseles a muchos.
Si se toma el texto con atención, se trata de un cierto número de santos de la Antigua Alianza que resurgen y aparecen en Jerusalén. Esto es una excepción de la regla de que la Resurrección corporal se verifica solo en la parusía. Si esto fue concedido ya a ciertos santos del Antiguo Testamento, parece más fácil incluir también a María.
En suma: no existe ninguna constancia directa de la Asunción en el Nuevo Testamento. Pero la asociación de María a la suerte de Jesús y la participación en la victoria sobre el Diablo implica la superación de la muerte.