por Guadalupe Alsina
No soy teóloga, ni filósofa, ni investigadora, tampoco científica, ni escritora, solo soy una mujer, enfermera, casada desde hace 28 años y madre de 6 hijos, una de ellas con discapacidad intelectual. Me dedico desde hace más de 20 años a la enseñanza del reconocimiento de la fertilidad y los métodos naturales de planificación familiar. Lo que la Iglesia enseña siempre me ha guiado y ayudado en esta labor, por lo que me ha sacudido profundamente lo que algunos teólogos están proponiendo desde la Pontificia Academia de la Vida.
A lo largo de todos estos años el perfil de personas que ha acudido a mí y a quienes se dedican a tratar estas cuestiones ha ido cambiando: hemos pasado de atender a parejas de novios o matrimonios que venían aprender métodos naturales porque algo había que hacer para no tener un hijo detrás de otro, porque como eran cristianos era lo único que se podía hacer, a parejas de novios que, tras vivir un noviazgo en castidad, apuestan por un estilo de vida que dé continuidad a eso que han vivido, a matrimonios a los que Dios les ha tocado el corazón y ha impactado en todos los aspectos de su vida y quieren aprender un nuevo modo de quererse, sin plásticos por medio ni maniobras que desvirtúan sus relaciones amorosas, sin reservas y sin huir de la responsabilidad, a mujeres que están hartas de empastillarse con hormonas o de llevar artefactos que alteran su fisiología y que las desfeminizan, que han descubierto que son cíclicas y que la fertilidad es un don escaso, corto en el tiempo sobre todo para ellas, en definitiva, un don a custodiar, a matrimonios, finalmente, que tras haber tenido un hijo tras otro necesitan tiempo, pero sin renunciar a quererse sin reservas… en fin muchas experiencias de acompañamiento sumamente gratificantes.
¡Qué bien resume San Pablo lo que experimentamos en estas parejas: el amor es paciente, afable… cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites!
El amor verdadero, vivido en plenitud, con una entrega total, donde no se excluye nada, lo quiere todo y quiere con todo, es profundamente respetuoso, no está exento de sacrificio, a veces incluso de heroicidad, pero es auténtico, verdadero, no una falsificación ni una mera apariencia.
Descubrir a una pareja que viene del mundo oscuro de la anticoncepción lo que supone la vivencia de los métodos naturales es hablar de respeto, de conocimiento de los ritmos de la mujer y del hombre, de diálogo y comunicación, de responsabilidad compartida, de libertad, fidelidad, de expresión de afecto y ternura más allá de lo genital, de salud, de admiración por lo bien que estamos hecho, de virtud, de generosidad, de confianza en Dios y de respeto al don de la vida humana.
Cuando una vive a diario estas experiencias, comprende en profundidad el daño que supone la anticoncepción y la clarividencia de la Iglesia al avisarnos de ello, esos cantos provenientes de la Pontificia Academia de la Vida proponiendo un «cambio de paradigma» moral que abra la puerta a la anticoncepción suenan a chirrido a nuestros oídos. Señores teólogos de la Pontificia Academia de la Vida que proponen devolvernos a las cavernas de una sexualidad que favorece el machismo, la falta de respeto hacia la mujer, el desconocimiento de su fisiología y del daño que nos hace el atiborrarnos a hormonas, están ustedes completamente desconectados de lo que realmente sucede en la vida de tantas parejas.
No se han enterado de que los métodos naturales nos han permitido ir cambiando mentalidades, constituyendo para las parejas una alternativa fundada en la ciencia para vivir la paternidad responsable. Tampoco parecen haberse enterado del cambio de mentalidad de muchos médicos que, poco a poco, optan por tratar disfunciones del ciclo con alternativas a los anticonceptivos, apostando por una medicina restaurativa de la salud centrada en la persona. Ya pueden retorcer cuánto quieran lo que enseña la Iglesia, que esto no se va a parar gracias a tantísimas personas, médicos, investigadores, teólogos, moralistas, matrimonios, monitoras, filósofos, enfermeras, párrocos, profesores… que seguiremos difundiendo la belleza del amor humano, la gratificación tras el esfuerzo, el respeto a la vocación a la que hemos sido llamados
Si ustedes han perdido la confianza en el ser humano, en los matrimonios, en las mujeres, déjenlo estar, dedíquense a hablar sobre la reproducción de los dinosaurios o de otros seres del mundo animal o vegetal, igual así tendrán público interesado, pero no confundan a la gente, no distorsionen la bella y, lo constatamos cada día más, profética voz de la Iglesia.
Guadalupe Alsina es monitora de reconocimiento de la fertilidad y métodos naturales de planificación familiar y experta universitaria en educación afectivo-sexual.