Jesucristo es el Sol de Justicia, cuyos rayos iluminan todas las inteligencias y cuyo calor inflama todas las voluntades. Ninguna criatura racional participa de la vida sobrenatural ni es enriquecida con los tesoros de la Gracia y de la Gloria, independientemente de Cristo, del cual dimanan todas las bellezas de la gracia y todos los esplendores de la gloria.
Toda gracia, toda fuerza sobrenatural, todo bien eterno nos vienen de Jesucristo.
De la plenitud de Jesucristo provienen para todos los redimidos, todo don de luz, de fuerza, de vida sobrenatural, en el tiempo y en la eternidad. Toda esta inagotable efusión de bienes es debida al Corazón sacratísimo de Jesús, esto es, al Amor de Jesucristo que se entrega a cuantos lo aman. Toda tristeza y angustia es superada si se contempla la herida del Corazón divino de Jesucristo.
Si somos pobres, su Corazón nos enriquece; si estamos manchados, su Corazón nos purifica; si estamos enfermos, su Corazón nos sana; incluso, si estamos muertos a la vida de la Gracia, su Corazón nos devuelve la vida.
Quien lo invoca será salvado.