Este conocido cántico de alabanza de María pone relieve la gracia recibida por la cantora, pero al mismo tiempo se abre a la comunidad: la elevación de los pobres, la misericordia ofrecida a Israel, el cumplimiento de la promesa a Abraham.
El “Magnifica” es rico en alusiones a textos del Antiguo Testamento; una semejanza particular respecto al cántico de Ana, la gran acción de gracias por el nacimiento de su hijo Samuel (1Sam 2, 1-10).
La formulación del cántico está claramente relacionada con la situación personal de María; sobre todo la afirmación “desde ahora me felicitarán todas las generaciones” (Lc 1, 48) no es idónea para cualquier boca. No todos han sigo “llenos de gracia” en el instante de nuestra concepción.
María exalta a Dios como “mi” Salvador (una personalización insólita, correspondiente a la gracia personal dada a la Madre del Señor); Dios “ha mirado la humildad de su esclava” (v. 48). Pero con la llegada de la Salvación, Dios también “exaltó a los humildes” (v. 52). Los soberbios, poderosos y ricos son contrapuestos a los humildes y hambrientos (vv. 51-53).
María pertenece a los pequeños, a los cuales es prometida la Salvación ya en el Antiguo Testamento.
En la misma línea se encuentra la primera bienaventuranza, formulada por San Lucas “Bienaventurados los pobres” (Lc 6, 20). Se trata aquí de aquellos que están abiertos a recibir la Salvación de Dios; esta disposición espiritual no se identifica con la pobreza social, aunque puede encontrar un apoyo en ella. Cuando menos vale la pena señalar que María y José pertenecían a la franja pobre de la sociedad, como se demuestra por el sacrificio llevado al Templo (Lc 2, 24): las palomas constituían la ofrenda de los pobres (Lev 5, 7).
Con la gracia dirigida a María, Dios se ha “acordado” de la promesa hecha a Abraham. María, en suma, aparece como portavoz de Israel, de la Iglesia naciente. María y la Iglesia se presenta, desde esta perspectiva, estrechamente ligadas, aunque no sean intercambiables.
Los acontecimientos salvíficos están expresados en pasado (se dice aoristo). Pero en este pasado en modo aoristo describen aquello que Dios obra siempre y lo que sucede en el último tiempo.
Las cosas futuras pueden ser descritas como si ya hubiesen acaecido.
El cántico termina con la mirada en el futuro: “…para siempre” (v. 55).