Con la Ascensión se encuentra ligado lo que la Sagrada Escritura califica como “estar sentado a la derecha del Padre”, antigua expresión bíblica (Sal 110) con la que se afirma la potestad regia y el sacerdocio del Mesías.
En el lenguaje del Nuevo Testamento, “estar sentado a la derecha del Padre” es la expresión y complemento de lo que se enuncia con la afirmación de la Ascensión. Mediante la Ascensión, la Humanidad de Cristo recibe el “efectivo” dominio sobe todo lo creado, participando de un modo inefable del mismo poder de Dios, como Señor y Juez universal.
“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”, dice Jesús en la última despedida de los Apóstoles. Aunque este poder lo tenía ya en su calidad de Hijo, el ejercicio efectivo de tal poder sobre el universo entero sólo lo recibe, también como premio a su anonadamiento y obediencia hasta la muerte, en la exaltación.
Se trata de una auténtica exaltación en la que culmina la vida de Cristo, que “entra en el Cielo”, como Hijo de Dios con el poder del Espíritu Santo, con una soberanía que se extiende sobre todo el universo, y que se revelará definitivamente en la Parusía. Es precisamente en el ejercicio de este poder universal de Cristo donde la salvación conquistada por Cristo llega a hacerse efectiva para nosotros. Por este poder efectivo de Cristo somos regenerados; por este poder se otorgará a los hombres también la resurrección y la gloria.