La batalla, las persecuciones, las dificultades no son ajenas a la vida de los cristianos y al peregrinar de la Iglesia por este mundo.
La Biblia atestigua que, desde los orígenes, del género humano, se ha establecido una batalla entre la Mujer y la Serpiente (Gn 3, 15); entre el Dragón y la Mujer vestida de sol, coronada con doce estrellas (Ap 12).
En todos los combates siempre se trata del mismo enemigo, del Diablo, que se opone a los proyectos de Dios y lucha contra aquellos de los que Dios se sirve para realizarlos. La Virgen es “la gran señal que apareció en el cielo”, la Mujer vestida de Sol, la Madre del Salvador, que vence el combate de la fe acogiendo la Palabra de Dios y poniéndola por obra.
En las dificultades, María es invocada como “Auxilio de los cristianos”. A raíz de la Batalla de Lepanto, en 1571, se popularizó esta advocación. Y en 1816, Pío VII estableció su fiesta en 24 de mayo para agradecer a la Virgen la ayuda prestada contra la invasión napoleónica.
Pero se debe sobre todo a San Juan Bosco y a los Salesianos la difusión universal de la devoción a María Auxiliadora.
Por su intercesión, pedimos a Dios perseverar en la fe, caminar seguros en medio de las dificultades del mundo y alcanzar, así, la Jerusalén del Cielo.