El carisma de la profecía atañe al contenido de las manifestaciones marianas. Por lo que concierne a la forma, hay que diferenciar las apariciones verdaderas de las visiones.
El término “aparición” mira a la objetividad del hecho en sus manifestaciones visibles, mientras “visión” describe la realidad según el vidente.
Por “aparición” se entiende la manifestación extranatural, perceptible, tanto por los sentidos externos como por la imaginación, de un objeto que parece presente. La “visión” indica, en cambio, en ámbito místico, la percepción sobrenatural de un objeto naturalmente invisible a los ojos. Esta percepción puede ser una “visión corporal” (es decir, del sentido de la vista), “imaginativa” (representaciones sensibles recogidas por la imaginación), o “intelectual” (una percepción de la inteligencia sin impresiones o imágenes sensibles).
La aparición es captada por la vista o, al menos, por la imaginación. De este modo, las “apariciones” o las “visiones” son realidades que, en parte, se superponen.
El carisma profético tiene un papel importante, pero es también subrayado el carácter excepcional de las apariciones. El cristianismo se presenta como la religión de la palabra escuchada y no de la visión. Para Jesús la avidez de milagros o la petición de un signo del cielo son características de una fe imperfecta.
El cristiano debe evitar, por tanto, la carrera a lo sensacional, para vivir en la fe la condición de peregrino de la Iglesia.