La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos “de la Pasión del Señor”, que comprende a la vez el triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión.
La procesión que conmemora la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén tiene un carácter festivo y popular. A los fieles les gusta conservar en sus hogares, y a veces en el lugar de trabajo, los ramos de olivo o de otros árboles, que han sido bendecidos y llevados en la procesión.
Sin embargo, es preciso instruir a los fieles sobre el significado de la celebración, para que entiendan su sentido. Será oportuno, por ejemplo, insistir en que lo verdaderamente importante es participar en la procesión y no simplemente procurarse una palma o ramo de olivo; que éstos no se conserven como si fueran amuletos, con un fin curativo o para mantener alejados a los malos espíritus y evitar así, en las casas y los campos, los daños que causan, lo cual podría ser una forma de superstición.
La palma y el ramo de olivo se conservan, ante todo, como un testimonio de la fe en Cristo, rey mesiánico, y en su victoria pascual.
La Iglesia, inspirándose en modelos bíblicos, ha establecido algunas procesiones litúrgicas, que presentan una variada tipología. La del Domingo de Ramos evoca un acontecimiento salvífico referido al mismo Cristo, la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén. Esa entrada del Señor se festeja con aclamaciones y gestos que hicieron los niños hebreos cuando salieron al encuentro del Señor, cantando el fervoroso “Hosanna”.
La procesión ha de ser único y celebrarse antes de la Misa.
La bendición de ramos o palmas tiene lugar en orden a la procesión que seguirá. Los ramos conservados en casas recuerdan a los fieles la victoria de Cristo, que se ha celebrado con la precesión.
La procesión en honor a Cristo Rey ha de tener un fructuoso influjo espiritual en la vida de los fieles.
Este domingo era llamado en la Edad Media Pascha floridum, Pascha florum o Pascua Florida, o Pascua de la Mansedumbre del Señor por las palmas, pero también por las flores que se bendecían.