Si la limosna es un deber tan radical, es que halla su sentido en la fe en Cristo, lo cual puede tener un significado más o menos profundo.
Si Jesús sostiene con la tradición judía que la limosna es fuente de retribución celestial, que constituye un tesoro en el cielo, gracias a los amigos que se granjea uno allí, no lo hace por razón de un cálculo interesado, sino porque a través de nuestros hermanos desgraciados alcanzamos a Cristo en persona.
Si el discípulo debe darlo todo en limosna es, en primer lugar, para seguir a Jesús sin echar de menos los propios bienes y, después, para ser dadivoso como Jesús mismo, que se hizo pobre para enriquecernos.
Finalmente, para impedir que se degrade la limosna rebajándola a mera filantropía, no tuvo Jesús reparo en defender contra Jesús el gesto gratuito de la mujer que acababa de “perder” el valor de trescientas jornadas de trabajo derramando su precioso perfume. Los pobres pertenecen a la economía ordinaria, natural en una humanidad pecadora; en cambio, Jesús significa la economía mesiánica sobrenatural; y la primera no halla su verdadero sentido sino por la segunda: a los pobres no se les socorre cristianamente sino con referencia al amor de Dios manifestado en la Pasión y en la Muerte de Jesucristo.