Es un ejercicio de piedad con el que los fieles cristianos veneran la Pasión del Señor.
A través de este ejercicio piadoso los fieles recorren el último tramo del camino recorrido por Jesús durante su vida terrena: desde el Monte de los Olivos, o desde la sentencia dada de muerte, hasta la colocación de su Cuerpo en el sepulcro nuevo que había en un jardín a las afueras.
Es un testimonio, o era, de amor popular por este ejercicio pues sus “estaciones”, o cuadros con distintas hechuras de marcos que encuadran las láminas representativas de los últimos instantes de vida del Señor, están presentes en todas las iglesias, santuarios, claustros, e, incluso, al aire libre, en los campos, o en las subidas a colinas.
Las “estaciones” son catorce.
Es la síntesis de varias devociones surgidas desde la Alta Edad Media: la peregrinación a Tierra Santa, durante la cual los peregrinos visitaban devotamente los lugares de la Pasión del Señor; la devoción a las “Caídas de Cristo” bajo el peso de la Cruz; la devoción a los “Caminos dolorosos de Cristo”, que consistía en ir en procesión de una iglesia a otra en memoria de los recorridos de Cristo durante su Pasión; la devoción a las “estaciones de Cristo”, esto es, a los momentos en los que Jesús se detiene durante su camino al Calvario, o porque le obligaban los verdugos o porque está agotado por la fatiga, movido por el amor, trata de entablar un diálogo con los hombres y mujeres que asisten a su Pasión.
En su forma actual, que está ya atestiguada en la primera mitad del siglo XVIII, difundido por San Leonardo de Porto Mauricio, aunque uno de los grandes pioneros fue el español Beato Álvaro de Córdoba, fue aprobado por la Santa Sede, dotándolo de indulgencias y consta de las ya afirmadas catorce estaciones.
Es un camino trazado por el Espíritu Santo, fuego divino que ardía en el pecho de Cristo y lo impulsó al Calvario.
Es un camino amado por la Iglesia, que ha conservado la memoria viva de las palabras y de los acontecimientos de los últimos días de su Esposo y Señor.
En este ejercicio piadoso confluyen diversas expresiones propias de la espiritualidad cristiana:
- La comprensión de la vida como peregrinación;
- Como paso, a través de la Cruz, del exilio terreno a la patria celeste;
- Deseo de conformarse con la Pasión;
- Las exigencias de la “séquela Christi”, según la cual el discípulo ha de caminar detrás de su Maestro, llevando su propia cruz cada día.
Para realizarlo con fruto se puede tener presente su forma tradicional de catorce estaciones, o la forma típica.
Hay alternativas aprobadas por la Sede Apostólica o usadas públicamente por el Papa, a las cuales también hay que darles rigor y garantía de autenticidad.
Los textos de consideración o meditación han sido compuestos por pastores movidos por una sincera estima a este ejercicio de piedad y convencidos de su eficacia espiritual; otras veces fueron fieles laicos quienes los redactaron, eminentes por su santidad de vida, doctrina o talento espiritual y literarios.
La selección del texto, teniendo presente las posibles indicaciones de un obispo, se deberán hacer considerando las características de los que participan en el ejercicio de piedad y el principio pastoral de combinar continuidad y enriquecimiento. En todo caso, se preferirán los textos en los que resuenen las palabras de la Sagrada Escritura, redactadas en estilo digno y sencillo.
Un desarrollo acertado es el siguiente:
- Palabra;
- Silencio;
- Canto;
- Movimiento interestacional;
- Parada meditativa.
O similar. El desarrollo adecuado contribuirá a obtener los frutos espirituales de este ejercicio piadoso.