La lectura del tercer Evangelio descubre enseguida que su autor es un hombre culto, con gusto por el decoro, y con gran delicadeza de espíritu. San Jerónimo observó que San Lucas manejaba la lengua griega con más perfección gramatical que los otros tres evangelistas. Su vocabulario es muy amplio, prefiere los verbos compuestos, que son más precisos en la descripción, evita los modismos vulgares y silencia escenas de cierta dureza o detalles que pudieran ser molestos para algunas personas. Sin embargo, en el Evangelios permanecen todavía muchos semitismos, o palabras hebreas, especialmente cuando se transcriben palabras de Jesús. Esta extraña mezcla entre un buen griego y una presencia concreta de semitismos es una buena muestra del talante del autor y de su obra: ES UN ESCRITOR CAPAZ Y CONCIENZUDO, PERO MUY FIEL A LAS FUENTES.
La lengua griega que usa es la que se conoce como koiné, el griego común.
La variedad terminológica supera ampliamente a los otros tres evangelistas. San Lucas emplea 2055 términos diferentes; de ellos, 971 son hápax legómena (palabras que SÓLO aparecen una vez en la Sagrada Escritura) y 325 dis legómena (aparecen dos veces). La riqueza de vocabulario queda patente.
Es el escrito más elegante del Nuevo Testamento como decíamos, junto con la Carta a los Hebreos y la Carta de Santiago.
El ejemplo lo veríamos en el prólogo del Evangelio (Lc 1, 1-4), en el que usa el griego más elegante de todo su Evangelio, llamado “griego aticista”. Seguidamente, en los pasajes de la infancia del Señor usaría un estilo más judaizante; y en el resto del escrito santo usaría el griego común o koiné. Es decir, San Lucas adapta el estilo lingüístico y gramatical según el tema que aborde. Esto no le resta gravedad a su modo de trabajar. Al contrario, San Lucas quiere dar un tono sagrado a toda su composición para narrar la obra de Jesús.
Pudo haber mantenido el griego sublime que aplicó en los cuatro primeros versículos. Pero no lo hizo. Quiso respetar sus fuentes pues no deja de ser un historiador, pero un historiador al servicio de la fe pues no deja de ser nunca un pastor.
Su estilo no llegaría al de los literatos de aquel entonces, pero sí que supera en mucho al resto de los evangelistas. Fue el mejor conocedor de la lengua griega.
Ejemplos de palabras (que ya expongo traducidas al castellano) de griego culto serían: gracia; aspecto; sentarse; bello y bueno; de dos en dos; airarse; unánimes; con toda la familia; nave; joven; jóvenes; local… Dicho de esta manera puede no decirnos nada, pero en el original se vería que ha usado términos muy elegantes.
Evita vulgarismos y palabras extranjeras (ya veremos por qué), tanto semitas (aunque hemos dicho que las utiliza, pero no de modo abusivo) como latinas. Así usa “Zelotes” (6, 15); “maestro” (Lc 9, 33); “demonio” (Lc 9, 42); “Señor” (Lc 18, 41); “Padre” (22, 42). Estos son muestras en las que no quiso usar semitismos, como sí hizo San Marcos. Y prefirió usar palabras griegas.
Los latinismos que evitó fueron los siguientes: “centurión” (Lc 23, 47); céntimo (Lc 12, 59).
Otras veces evita nombrar una ciudad a secas y escribe “Una ciudad llamada Betsaida” (Lc 9, 10); o huye de decir un nombre propio, en este caso Bartimeo (Lc 18, 35). Amén de no usar, como ya se dijo, vulgarismos.
Finalmente, hace suyas palabras con sentido “técnico” cristiano como “camino”, “creyente”, “naciones”, “evangelizar”, “Señor”, “Palabra”.
En definitiva, todos estos aspectos, presentados de una manera brevísima muestran el esfuerzo que hace San Lucas por estar a la altura de lo que quiere transmitir a sus lectores que es un Evangelio lleno de vida.
Seguiremos.