OH EMMANUEL, REY Y LEGISLADOR NUESTRO,
ESPERANZA DE LAS NACIONES Y SALVADOR DE LOS PUEBLOS:
VEN A SALVARNOS, SEÑOR DIOS NUESTRO.
Última Antífona de la “0”. Último día de las Ferias Mayores de Adviento.
Esta aclamación, esta exclamación, esta admiración es la más reconocible por todos. Ya se lo dijo el Ángel a San José cuando le recuerda las palabras de Isaías durante su aparición en sueños “Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel” (Is 7, 14). San Mateo, que recoge esta profecía isaiana, le hace leves cambios pensando en sus lectores cristianos provenientes del judaísmo.
Esas palabras del profeta Isaías tienen una base histórica que es importante, y que no le resta fuerza al vaticinio profético, mesiánico, escatológico que desprenden las mismas. No olvidemos que todos los vaticinios de carácter mesiánico vienen llenos de esperanza y de anuncio de liberación gloriosa.
Isaías es lo que pretendía cuando le da al Rey de Judá Acaz una prueba que éste requería para saber con quién aliarse ante la amenaza siro-efraimita. Isaías le insiste en que confíe en Dios y no haga pacto con los asirios pues tendría consecuencias religiosas funestas. La situación era desesperada. ¿Cómo confiar en contexto tan apretado?
El signo será que una “doncella”, esto es, una muchacha “virgen” todavía daría a luz un niño que llevará un nombre lleno de simbolismo. Se nos dice que la concepción de esa joven ha sido, o cuando menos parece excepcional. Hay ausencia de la figura paterna pues la doncella es la que va a imponer el nombre a la criatura. Es fácil admitir en quien estamos pensando.
El nombre simbólico es “Dios-con-nosotros”, “Emmanuel”.
El Emmanuel sería la liberación ante la devastación que se presiente para Judá por su alianza torticera con Asiria. Históricamente muchos pensaron que se hablaba del hijo de Acaz, Ezequías. No hay fundamento para esta afirmación. Ya había nacido en el momento de la profecía. Y los rasgos de personalidad que se auguran respecto al Emmanuel no coincidirían con los que mostró en vida Ezequías.
El vaticinio tiene un claro tinte mesiánico. Fue presentado con un ropaje externo, con unas expresiones, en un contexto histórico, que podría inducir a una esperanza mesiánica inmediata e histórica. Pero no llegó la salvación histórica en medio de aquella crisis.
La esperanza sí se transmite, pues el Pueblo escogido no puede desaparecer a pesar de sus muchos enemigos. El escenario en aquel entonces era desesperado, y en medio de esa desesperación viene una palabra del Cielo para no caer en frustración. Un Mesías futuro y glorioso liberaría, definitivamente, a su Pueblo. A sus escogidos.
Dios salvará a su pueblo, que se mantiene en pie en las personas de un “resto”, de unos pocos. La manera prodigiosa de su concepción transmite la seguridad de su victoria sobre las potencias tiránicas.
En el Niño Dios contemplaremos, entonces, en carne mortal, en el tiempo, en un lugar concreto, al Mesías vaticinado. Lo que se predijo con seriedad, con base histórica, pero mirando al futuro, y, sobre todo, mirando hacia el Cielo, se cumplió, precisamente, en la historia.
Dios habitó en-nosotros, y es Dios fuerte (Is 9, 5). Él nos salvará.