O, REX GENTIUM – OH, REY DE LAS NACIONES

by AdminObra

Ya en 22 de diciembre, contemplamos la Antífona de la O que corresponde a esta “feria”

 

OH REY DE LAS NACIONES Y DESEADO DE LOS PUEBLOS,

PIEDRA ANGULAR DE LA IGLESIA, QUE HACES DE DOS PUEBLOS UNO SOLO:

VEN Y SALVA AL HOMBRE,

QUE FORMASTE DEL BARRO DE LA TIERRA.

Yendo por partes, la expresión “Deseado de los pueblos”, tan típica del Adviento, y tan propia de la actitud de los anawin (los pobres de Dios, esto es, judíos que entendieron que toda su riqueza era Dios y sus promesas, por eso lo esperaban con corazón sencillo, humilde y orante, y lo deseaban plenamente), es recogida del Libro del Profeta Ageo. La cita es la siguiente “Haré temblar a todos los pueblos, que vendrán con todas sus riquezas y llenaré este templo de gloria, dice el Señor del universo. Míos son la plata y el oro. Mayor será la gloria de este segundo templo que la del primero, dice el Señor del universo” (Ag 2, 7-9). Evidentemente, está hablando de la reconstrucción del Templo al regreso de la esclavitud del país de los caldeos. Pero esto no interesa ahora. Lo que interesa es por qué los lectores se están preguntando dónde está la expresión en cuestión. Pues está, pero en muy pocas traducciones. El texto hebreo, y la traducción al griego de los LXX, no recoge esa expresión. Sí la traducción al latín de la Biblia conocida como la Vulgata, que al pasarlo al castellano leeríamos el “Deseado de las naciones”, cuando la intención del profeta, seguramente, fuese decir lo “deseable de las naciones”, en clara referencias a las riquezas con las que se quería reconstruir el Templo. En definitiva, error o no, el tono mesiánico lo tiene, y se entendió en ese aspecto personal. Un Mesías deseado, pues la situación anímica del pueblo al regresar de Babilonia estaba dominada por la tristeza al ver la desolación de Jerusalén, y por el pesimismo al constatar que no se cumplían las promesas de otros profetas y que seguían sometidos a yugos extranjeros.

Así estamos nosotros tantas veces. Tristes y pesimistas al revisar la realidad social y religiosa que nos toca abarcar. Por eso, al Niño, lo tenemos que desear con toda la angustia de nuestro corazón como remedio único para la misma.

Pero esto “Deseado”, deseado sólo por los anawin de nuestro tiempo, es “Rey de las Naciones”, tal como hemos contemplado hace escasas semanas en el Domingo de Jesucristo, Rey del Universo. Jesús es Rey de pleno derecho porque San José lo convierte en heredero según la Ley del Rey David, el que consiguió la unidad tan querida de Israel. Jesús fue tratado como Rey por los Tres Reyes Magos, que descubrieron su realeza ante un mundo extraño a su presencia soberana todavía. Porque lo reconoció así Natanael en uno de los pasajes más bellos de los Santos Evangelios cuando aúna en una sola respuesta divinidad, sacerdocio y realeza (Jn 1, 49). Jesucristo es Rey porque se lo dijo a Pilatos durante su interrogatorio en el Pretorio (Jn 18, 37; Mt 27, 11). Es Rey porque resucitó de entre los muertos, y porque el poder de la muerte y del infierno no lo retuvo cautivo; porque nos lo enseña todo el Libro del Apocalipsis cuando revela el trato regio que el Cordero recibe de las jerarquías celestiales. Cristo es Rey porque es Dios, tal como recordó el Papa Pío XI en su imprescindible encíclica Quas Primas, (1925), que no ha perdido actualidad alguna. Al contrario, se ha multiplicado. Pues Jesucristo llenó toda su andadura entre los hombres de milagros y doctrina según el suave yugo del Amor.

Pero si se mantuvo ajeno, supuestamente, a algunas aclamaciones aparentemente entronizantes es porque debía huir de la confusión que provocaría equipararlo a la experiencia que el pueblo tenía, todavía, de los reyes de la Dinastía de los Herodes.

Pues este Rey, que también se afirma porque por El todo fue creado, es el que ha venido a congregar a la humanidad dispersa por el pecado (propósito que ya se iniciaría con Abraham) a través de la sangre pacificadora de Cristo, “nuestra paz”, que de los dos pueblos (judíos y gentilidad) ha hecho uno, para crear un “único hombre nuevo”, tal como podemos entresacar del famoso pasaje de la Carta a los Efesios (Ef 2,11-22); para crear por su Cruz la “familia de Dios”, edificada sobre “el cimiento de los apóstoles y profetas”. Nos está hablando, entonces, de su Santa Iglesia.

Esta es la Gloria del Rey Deseado, su obra creadora y fundamentalmente re-creadora, o redentora, para hacer de todos nosotros un “templo consagrado”.