- San VALERIANO, obispo. En Túnez. Con más de ochenta años se negó a entregar al rey Genserico los utensilios de la Iglesia por lo que fue expulsado de la ciudad con orden de que nadie lo acogiera. Acabó sus días viviendo en la intemperie. (460).
- San MAXIMINO, presbítero. En la Galia. Considerado primer abad de Micy. (s. VI).
- Beato MARINO, abad. En Campania, Italia. Admirable por su fidelidad hacia el Papa. (1170).
- Beata MARÍA VICTORIA FORNARI, religiosa. En Génova. Al enviudar fundo la Orden de Hermanitas de la Anunciación. (1617).
- Santa MARÍA CRUCIFICADA DE ROSA, virgen. En la Lombardía. Se entregó totalmente por la salud de las almas y de los cuerpos para lo que fundó el Instituto de Esclavas de la Caridad. (1855).
- Beato CARLOS STEEB, presbítero. En Verona. Nació en Tubinga, abrazó la fe católica en Verona y, ordenado sacerdote, fundó el Instituto de Hermanas de la Misericordia para ayuda de los afligidos, pobres y enfermos. (1856).
Hoy recordamos especialmente a:
SANTA VIRGINIA CENTURIONE BRACELLI, que nació en Génova en 1587, en el seno de una familia de la antigua nobleza ciudadana. Su padre fue “dux” de la república durante algún tiempo.
Educada cristianamente por su propia madre, una mujer muy piadosa y culta, llegó a leer y a comprender la Biblia en latín.
La madre murió pronto y Virginia fue prometida, cuando su deseo era entrar en un monasterio. Se casó en 1603, y tuvieron dos hijas.
Su marido murió pronto, en 1607, víctima de una vida desordenada. Virginia lo soportó pacientemente; lo cuidó en sus últimos días; tuvo la dicha de verlo morir en paz con Dios.
El día de la muerte de su esposo, a los 20 años, se consagró a Dios plenamente. Rechazó con energía el segundo matrimonio que le propuso su padre. Educó a sus dos hijas, administró los bienes de la casa. Se dedicó a la oración, a la penitencia, al servicio de los pobres…
Ayudó a las iglesias pobres rurales, se ocupó de los niños abandonados para los cuales fundó escuelas de formación moral y de preparación al trabajo. Se entregó al cuidado de los enfermos, y en 1610, sintió una llamada fuerte a servir a Dios en los pobres. Su suegra la apoyó en el invierno de 1625, cuando Santa Virginia acogió en su casa a quince jóvenes abandonadas a las que sostenía con los bienes de ambas.
Al fallecer su suegra, se encontró más libre para tomar sus propias decisiones pues seguía acogiendo jóvenes en su casa y, al tiempo, las iba a buscar por las calles.
En 1631 alquiló un monasterio vacío al que llevó a cuarenta jóvenes que puso bajo la protección de Nuestra Señora del Refugio. Llegó a reunir a 170. Ella vivía igual que las asiladas.
En 1633 tomó en alquiler una segunda casa y llevó allí a las más piadosas y trabajadoras. Debían sustentarse y organizarse por sí mismas, para lo que escribió una “orden”. Fue la primera regla de la obra del Monte Calvario.
Poco después abrió una tercera casa, semejante a la segunda, también aprobada por las autoridades locales, con el nombre de “Santa María del Refugio”.
Santa Virginia seguía intentando aliviar cualquier necesidad por cuantos medios estaban a su alcance: llamando a todas las puertas, escribiendo y hablando, acercándose a los palacios, a los mercaderes, e incluso, a las haciendas de fuera de la ciudad, a la vez que intensificaba la vida espiritual.
Consiguió que la Virgen fuese proclamada Reina de Génova, y se dirigió al Cardenal-Arzobispo para que se predicasen misiones populares, surgiendo de este modo los “Misioneros de San Carlos”.
Enseñó el catecismo en los barrios más pobres y ayudó a apaciguar a las familias nobles más enfrentadas.
Fue favorecida por éxtasis, locuciones interiores y otros dones místicos especiales, y consumida por una vida intenso trabajo y de común austeridad, falleció en 1651