El Adviento es el tiempo mariano por excelencia del año litúrgico. Lo ha expresado con toda autoridad el Papa Pablo VI en la Marialis Cultus, (nn. 3-4).
Históricamente, la memoria de María en la liturgia de estos días había surgido con la lectura del Evangelio de la Anunciación, en el que con razón ha sido llamado el “domingo mariano antes de Navidad”.
Hoy el Adviento ha recuperado este sentido con una serie de elementos marianos litúrgicos.
Desde los primeros días de este tiempo litúrgico hay elementos que recuerdan la espera y la acogida del Misterio de Cristo por parte de la Virgen de Nazaret.
La Solemnidad de la Inmaculada Concepción, aun no teniendo nada que ver con estos días, al menos directamente, se inserta armónicamente. Con esa festividad celebramos la “preparación radical a la Venida del Salvador y feliz principio de la Iglesia sin mancha ni arruga”, en palabras de Pablo VI.
En las Ferias del 17 al 24, las Ferias Mayores, el protagonismo litúrgico de la Virgen es muy elevado tal como se experimenta en las lecturas bíblicas; en el segundo prefacio de Adviento que recuerda la espera de la Madre; en algunas oraciones (como la del 20 de diciembre); o en la oración sobre las ofrendas del IV Domingo, que es una epícleses (invocación) que une el misterio eucarístico con el misterio de la Navidad en un paralelismo entre María y la Iglesia en la obra del Espíritu Santo.
María es la Llena de Gracia, la Bendita entre las mujeres, la Virgen, la Esposa de San José, la Sierva del Señor…síntesis de títulos muy hermosos propios de estas fechas que nos dibujan a la Madre del Redentor.
Es la Mujer Nueva, la Nueva Eva, como canta un prefacio de Adviento, que restablece y recapitula, en su persona inmaculada, por la obediencia de la fe (Fiat), la promesa primitiva de Salvación universal dada por Dios a nuestro primeros Padres. Es nuestra esperanza.
Es la Hija de Sión, la que representa el antiguo y el nuevo Israel. Es la Virgen del Fiat, la Virgen fecunda, la Madre Virginal. Es la Virgen de la escucha y de la acogida.
La Virgen María es la Esperanza del Adviento, y en el Adviento. Ofrece una doble dimensión de “presencia” y “ejemplaridad”. “Presencia” litúrgica en la Palabra y en la Oración, para una memoria grata de María, la que ha transformado la espera en “presencia”, pues la promesa es un Don, es decir, en la promesa se incluye lo “prometido”. “Memoria de ejemplaridad” para una Iglesia que quiere vivir como María la nueva presencia de Cristo, con el Adviento y la Navidad, en el mundo y en tiempo que le toca enfilar.