“Tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc 2, 48) . ¿Qué pasaría por sus cabezas en esos días, a San José y a la Virgen María?
Ambos con angustia buscando al Niño, que ya tenía 12 años, y ya tenía la edad legal para entrar en el Templo de Jerusalén con los demás varones.
Qué angustia la de San José, y qué angustia la de la Virgen. Y ninguno puede aliviar en el otro. Y cómo serían las noches de ambos. Una especie de “noche oscura del alma”.
Pensaría el bueno de San José que no pudo cumplir correctamente con los encargos divinos. Puede ser. Él que era tan “justo” ante Dios. Hasta que finalmente lo encuentran desafiando, de algún modo, a los Maestros de la Ley. Y los dos padres interrumpiendo aquella reunión…
La “recriminación” materna haciendo ver a Jesús la angustia de los Padres no quedará sin respuesta. Palabras llenas ya de autoridad del Niño. De autoridad divina. Se vincula totalmente con el Eterno. Empieza, si cabe, a desligarse, paulatinamente, de sus padres. Ellos lo notarán. El Niño volverá con sus padres pues así habría de ser. Seguir sujeto a la voluntad de ellos dos es la Voluntad de Dios. No es un mero camuflaje social hasta que llegue la hora de su Bautismo. Es que debe ser así, del mismo modo que la Concepción de María fue por obra y gracia del Espíritu Santo. Dios debe seguir actuando su plan de Salvación en lo creatural. Y San José, entendemos, sabiendo que está haciendo bien todo lo que se le ha pedido después de aquellas jornadas de angustia. Él que había salvado al Niño de las garras de los soldados de Herodes, ¿cómo iba a fallar ahora? Dios lo fortalece.