Ofrecemos en este día un texto del eminente teólogo dominico, el P. Royo Marín, O.P., que en el año 1956 publicó su conocido volumen “Teología de la Salvación” en la Biblioteca de Autores Cristianos. Doctor, pues, de enorme precisión en todas sus obras que le lleva siempre a expresarse con rigor y seriedad y, como tantas veces expone, permitiendo que la fe ilumine siempre el enorme esfuerzo de la razón. De este modo nunca se perderá de vista la razonabilidad de nuestra fe.
“Las características generales de la salvación son cuatro. Es un negocio personal, urgente, arriesgado y trascendental.
Personal, pues nadie absolutamente puede substituirnos en él. Es algo que hemos de realizar “nosotros mismo”, con nuestra actuación personal e intransferible. La creación de nuestra alma –el tránsito de la nada al ser- fue un regalo de Dios enteramente gratuito, en el cual no tuvimos nosotros intervención alguna; pero la salvación de la misma –el tránsito de la vida temporal a la bienaventuranza eterna- exige indispensablemente nuestra colaboración personal.
Urgente, pues es una temeridad increíble dejar para mañana el arreglo de nuestras cuentas con Dios, base indispensable de nuestra eterna salvación
Arriesgado, nuestra salvación es perfectamente posible –en virtud de la voluntad salvífica de Dios- y hasta fácil y sencilla, si queremos aprovecharnos de los medios eficaces de salvación que la misericordia infinita de Dios brinda a toso los hombres en una forma o en otra. Pero esto no es obstáculo para que presente al mismo tiempo riesgos terribles, que provienen de nuestros mortales enemigos –mundo, demonio y carne- y de las veleidades y caprichos de nuestro libre albedrío.
Sin embargo, aunque los peligros que nos acechan son muchos, no olvidemos nunca que con la gracia de Dios pueden superarse todos.
Trascendental, ésta es la característica más importante que resume y compendia todas las demás. No hay ni puede haber negocio alguno que pueda compararse con el de la salvación eterna.
Todos somos huéspedes y peregrinos acá en la tierra y vamos caminando hacia la verdadera patria. En fin de cuentas, importa muy poco ser feliz o desgraciado en este mundo, estar sano o enfermo, vivir largos años o acabar en edad temprana.
Con razón decía Nuestro Señor Jesucristo que una sola cosa es necesaria, que es la salvación eterna de nuestra alma (Lc 10, 42)”.