SAN ANTONIO, PRIMER EREMITA, Y PRETENDIDO PADRE DEL MONACATO – 2

by AdminObra

El origen del monacato cristiano podría identificarse en dos fuentes distintas que se entrecruzarán tantas veces.

Una sería la vertiente encratista judeo-cristiana, de la que parten las primeras comunidades de ascetas, urbanas o desérticas; otra, sería la que procede de la enseñanza urbana o la escuela del desierto.

El primer estilo terminará en el cenobismo; el segundo en la vida anacorética o eremítica o, más bien, semieremítica.

El movimiento encratista, que al principio no era herético, enfatizaba lo ascético y se distinguía por cierto dualismo. Significa los “continentes”, y prohibía el matrimonio, y prescribía la abstinencia de carne y vino. Irán de exageración en exageración hasta caer en abierta herejía. Pero al principio eran ortodoxos en la fe.

Camino distinto sigue el otro movimiento, que no será como aquél una prolongación de la comunidad apostólica en la que se vivía la fraternidad intensamente y en la que el Superior se situaba en el seno mismo de la comunidad, que pondrá de relieve su vinculación con la paternidad de un superior que la da su existencia. El superior no nace del seno de la comunidad, será la comunidad la que nazca en torno a un superior.

Este superior será un portando del Espíritu, que transmitirá las máximas del monacato, y la forma de vida ascética necesaria. Uno se forma en esta comunidad, y una vez terminado el periodo de aprendizaje, se encuentra en disposición de adentrarse en la soledad del desierto, para convertirse en formador en el futuro.

Precisamente, en el seno de esta última forma de vida monástica en el desierto, en perfecta soledad, o agrupados los monjes alrededor de un padre espiritual, hay que situar la figura impresionante de San Antonio.