San Antonio, Abad, ha sido considerado el padre de los monjes. Algo hay. Pero no hemos de saber que como dice su primera biografía, escrita por San Atanasio, el santo vivía en la escuela de otro eremita.
Así, pues, el monaquismo ya había visto la luz antes que llegase San Antonio.
Los orígenes del monacato se sitúan en la “huida del mundo” después de las persecuciones anticristianas. Muchos entendieron que lo mejor para alcanzar la perfección era huir a lo desértico y a la soledad en medio de una sociedad que, de repente, se les volvió amable.
Sería como una especie de búsqueda del martirio, pero de un modo incruento para llegar a la unión con Dios.
A mitad del siglo III, el monacato se extiende por la región del Nilo, Siria, Palestina, Capadocia, Hispania y Germania. Hay una obra que influirá y mucho, la escrita por el Padre de la Iglesia Orígenes, y que llevó por título “Exhortación al martirio”. ¿Sería Orígenes el primer maestro de la espiritualidad monástica? Él ha sido el primer autor que ha expuesto la doctrina ascética y mística que profesarán después los monjes; sería como el primer maestro de la espiritualidad monástica, aunque no fuese el primero en “crear” el ideal de perfección.
Lo que aporta de originalidad, a mayores, es la actitud de espíritu que hace de todo cristiano un segregado.
La concepción de Orígenes del maestro espiritual demuestra que es su espiritualidad y solamente ella la que le hace precursor del monacato. En sus textos se descubre el combate espiritual, el del nacimiento y desarrollo del Logos en el alma, o la subida al Monte, su preocupación y predilección por la virginidad. Todo ello es, en conjunto, el alma de cualquier monacato.