La figura del Señor y su presencia en medio del pueblo que se manifiesta en lo que el profeta denomina la “gloria de Dios” es el elemento clave en la estructura del libro, como se muestra en tres grandes visiones.
En el capítulo primero, la “gloria de Dios” se manifiesta de forma extraordinaria a Ezequiel que está lejos de la tierra prometida, entre los deportados, junto al río Quebar (Ez 1, 4-28).
Así, desde el principio, queda claro que el Señor no deja desatendidos a los suyos en el momento de mayor desventura. Al contrario, los acompaña en un país extraño e impuro.
En el centro, en los capítulos 8-11, se relata una nueva visión sobrecogedora: la “gloria del Señor” abandona el Templo y la Ciudad Santa, como consecuencia de los pecados cometidos en el recinto sagrado (Ez 10, 18-22).
Finalmente, en los últimos capítulos del libro se describe la visión de la “gloria” inaugurando el nuevo Templo y tomando posesión del mismo (Ez 43, 1-4).
Si el castigo divino, la destrucción de la ciudad y la deportación de los judíos eran consecuencia de que la “gloria de Dios” había abandonado Jerusalén y el Templo, la restauración lleva consigo el retorno y el establecimiento de la “gloria” en el centro de la patria prometida.